Una visión miope del otro
FERRÁN RAMÓN-CORTÉS
A quienes nos caen bien les vemos todas las virtudes. Y a quienes nos caen mal, todos los defectos. En ambos casos distorsionamos la realidad y condicionamos nuestras relaciones.
Mi amigo no soporta a uno de los padres de la clase de su hijo. Le llama el prota porque siempre acapara la atención. Hace unos días, tomando un café, me dijo:
"Hay que descubrir virtudes que nos han pasado desapercibidas y reconocer alguna para poder encarar con buen pie la relación"
"El cerebro capta del otro lo que se corresponde con nuestras expectativas, por la manía de no cuestionar sus creencias"
-Tenemos una cena de padres del colegio, y te puedo reproducir palabra por palabra lo que el prota nos contará: que estrena todoterreno, que la empresa le va de cine a pesar de la crisis, nos recordará lo listo que es su hijo y pondrá su acostumbrada cara de aburrimiento cuando hablen los demás...
Pasada la anunciada cena, le pregunté qué tal había ido, y me contestó que, en efecto, todo había sucedido como él había pronosticado y que, una vez más, había sido como vivir otro día en la película Atrapado en el tiempo.
Según él, el prota había seguido el guion con absoluta precisión, aunque lo cierto es que, aunque no lo sepa, él contribuyó decisivamente a que así fuera.
Miopes con los demás
"Virtudes y defectos son dos caras de la misma moneda"
(Oriol Pujol Borotau)
Todos, sin excepción, tenemos nuestras virtudes, y todos, también sin excepción, nuestros defectos. No puede ser de otra forma porque virtudes y defectos van emparejados. Detrás de cada virtud hay un defecto emparejado, y detrás de cada defecto hay una virtud. Así, si soy una persona con una gran sensibilidad (mi virtud), probablemente adoleceré de ser muy reactivo (defecto), o si soy una persona emprendedora y valiente (virtud), puedo fácilmente ser arrogante y manipuladora (defecto). Somos, por tanto, todos y cada uno de nosotros un complejo equilibrio de rasgos de eficacia e ineficacia que todos ellos forman parte indisociable de nuestra personalidad. Y tanto uno como otro lado de esa dualidad los proyectamos y forman parte de la imagen que de nosotros tienen los demás.
Sin embargo, a aquellas personas que nos gustan, que nos caen bien, tendemos a verles -y a evidenciar- solo las virtudes, y a las que no nos gustan, a las que nos caen mal, tendemos a percibirles solo los defectos. En ambos casos somos poco objetivos, puesto que estamos viendo solo una parte del retrato. Estamos, por así decirlo, siendo miopes. Pero es importante conocer que este es un proceso natural que hacemos todos sin darnos cuenta, ya que, como nos recuerda el divulgador científico Eduardo Punset, "los seres humanos están predispuestos a prestar atención a la información que confirma sus creencias y minimizar la información que refuta lo que creen".
En síntesis, vemos de los demás lo que queremos ver, que es aquello que coincide con nuestras expectativas o creencias. Y esta forma de proceder provoca que exageremos nuestras filias y perpetuemos nuestras fobias, algunas veces más allá de lo razonable.
Estas miopías con los demás tienen efectos directos sobre nuestras relaciones: nos es difícil generar aprecio por aquella persona de la que constantemente solo vemos sus defectos y podemos tener enormes desengaños con aquella persona a la que solo vemos virtudes. Ni una ni otra actitud conforman una imagen real en la que basar nuestros juicios.
Y el efecto va más allá de las relaciones personales, transfiriéndose desde la experiencia particular a la percepción general: así, si me cae bien una amiga que se llama Sonia, estaré especialmente predispuesto a considerar el nombre de Sonia como un nombre bonito y mi primera impresión de una nueva Sonia que conozca será inicialmente positiva. Y si me cae especialmente mal una Ana... seguro que descartaré el nombre para mi hija y recelaré en primera instancia de toda Ana que me presenten.
Reencuadrar el retrato
"Hemos de obligarnos a prestar atención a los datos que perturban nuestras arraigadas creencias" (Jonah Lehner)
El cerebro capta del otro lo que se corresponde con nuestras expectativas. Cualquier signo que concuerde con lo que pensamos de una persona será a nuestros ojos extremadamente visible y evidente y, en cambio, nos pasará desapercibida cualquier evidencia de lo contrario. Así pues, aquella persona de la que pensamos que es antipática acabará siéndolo a nuestros ojos sin ninguna duda y no encontraremos la manera de relacionarnos positivamente con ella. Y si pensamos de alguien que es una persona muy simpática, así la veremos sea cual sea su comportamiento. Todo ello nos ocurre -y así nos lo cuenta Eduardo Punset- por la manía que tiene nuestro cerebro de no cuestionar ni renunciar a sus creencias.
Para abandonar la miopía en nuestra percepción y ser capaces de ver objetivamente a los demás es necesario que, de vez en cuando, revisemos el retrato que nos hemos hecho de ellos. Es un ejercicio sencillo de reencuadre, destinado a hacer visibles las partes del retrato que, por no coincidir con nuestras creencias, hemos escondido inconscientemente.
El objetivo es conseguir un retrato objetivo del otro, y el ejercicio consiste en, después de hacer una lista mental de las virtudes (si nos cae bien) o defectos (si nos cae mal) de una determinada persona, completarla con la otra parte: las virtudes si nos cae mal y los defectos si nos cae bien. Obtendremos así el retrato real y estaremos sentando las bases para poder establecer una relación mucho más sana con aquella persona.
El proceso es especialmente aconsejable en aquellos casos en los que tenemos a alguien perpetuado en una determinada imagen, es decir, cuando hace demasiado tiempo que no revisamos la idea que tenemos de ese alguien.
Conectando con los que no me gustan. Cuando tenemos un buen día, estamos tranquilos y nos sentimos seguros, tendemos a mostrar nuestras virtudes. En cambio, cuando tenemos un mal día, nos sentimos inseguros o presionados, nos sale nuestra peor cara. Desde este punto de vista, nosotros somos también responsables del comportamiento de los demás: si les damos tranquilidad y los hacemos sentir bien, nos mostrarán sus virtudes. Si nos mostramos hostiles o los despreciamos, nos manifestarán sus defectos. Es en este sentido en el que mi amigo también es responsable del comportamiento de el prota, porque su desprecio hacia él es evidente que no le pasa inadvertido.
Desde esta base, podemos pensar que es posible replantear la mala impresión y relación que tengamos con alguien que no nos cae bien, y podemos desarrollar una estrategia para conectar con ella o con él.
El proceso comenzará con el reencuadre: descubriremos de esta persona virtudes que hasta ahora nos han pasado desapercibidas. El siguiente paso será escoger una o algunas de ellas que pueda reconocer sincera y objetivamente, y que considere positivas y valiosas, o que pueda incluso admirar. (Es habitual que sean virtudes que yo no tengo especialmente desarrolladas y puedo, por tanto, valorar especialmente en los demás). Una vez escogida o escogidas, mi comunicación con esta persona irá encaminada a reconocer tales virtudes, en lugar de sus habituales defectos.
Así, por ejemplo, el prota del grupo de padres de mi amigo, además de sus consabidos defectos, tiene como virtud el ser una persona con una capacidad encomiable de organizar eventos. De hecho, las cenas y los encuentros siempre se producen gracias a él. Reconocerle esta habilidad, en lugar de mostrarse especialmente susceptible a sus comentarios superfluos, supondrá encarar con buen pie la relación. Es importante destacar que no se trata de adularlo, ni de decirle cosas que no sentimos. Se trata de evidenciar el respeto por una cualidad que de verdad admiramos o apreciamos.
A través de una virtud que reconocemos del otro conseguimos conectar con él sobre una base positiva que propiciará que se sitúe en el escenario de mostrar su mejor cara y que así podamos de forma natural desarrollar nuestra relación.
FERRÁN RAMÓN-CORTÉS
A quienes nos caen bien les vemos todas las virtudes. Y a quienes nos caen mal, todos los defectos. En ambos casos distorsionamos la realidad y condicionamos nuestras relaciones.
Mi amigo no soporta a uno de los padres de la clase de su hijo. Le llama el prota porque siempre acapara la atención. Hace unos días, tomando un café, me dijo:
"Hay que descubrir virtudes que nos han pasado desapercibidas y reconocer alguna para poder encarar con buen pie la relación"
"El cerebro capta del otro lo que se corresponde con nuestras expectativas, por la manía de no cuestionar sus creencias"
-Tenemos una cena de padres del colegio, y te puedo reproducir palabra por palabra lo que el prota nos contará: que estrena todoterreno, que la empresa le va de cine a pesar de la crisis, nos recordará lo listo que es su hijo y pondrá su acostumbrada cara de aburrimiento cuando hablen los demás...
Pasada la anunciada cena, le pregunté qué tal había ido, y me contestó que, en efecto, todo había sucedido como él había pronosticado y que, una vez más, había sido como vivir otro día en la película Atrapado en el tiempo.
Según él, el prota había seguido el guion con absoluta precisión, aunque lo cierto es que, aunque no lo sepa, él contribuyó decisivamente a que así fuera.
Miopes con los demás
"Virtudes y defectos son dos caras de la misma moneda"
(Oriol Pujol Borotau)
Todos, sin excepción, tenemos nuestras virtudes, y todos, también sin excepción, nuestros defectos. No puede ser de otra forma porque virtudes y defectos van emparejados. Detrás de cada virtud hay un defecto emparejado, y detrás de cada defecto hay una virtud. Así, si soy una persona con una gran sensibilidad (mi virtud), probablemente adoleceré de ser muy reactivo (defecto), o si soy una persona emprendedora y valiente (virtud), puedo fácilmente ser arrogante y manipuladora (defecto). Somos, por tanto, todos y cada uno de nosotros un complejo equilibrio de rasgos de eficacia e ineficacia que todos ellos forman parte indisociable de nuestra personalidad. Y tanto uno como otro lado de esa dualidad los proyectamos y forman parte de la imagen que de nosotros tienen los demás.
Sin embargo, a aquellas personas que nos gustan, que nos caen bien, tendemos a verles -y a evidenciar- solo las virtudes, y a las que no nos gustan, a las que nos caen mal, tendemos a percibirles solo los defectos. En ambos casos somos poco objetivos, puesto que estamos viendo solo una parte del retrato. Estamos, por así decirlo, siendo miopes. Pero es importante conocer que este es un proceso natural que hacemos todos sin darnos cuenta, ya que, como nos recuerda el divulgador científico Eduardo Punset, "los seres humanos están predispuestos a prestar atención a la información que confirma sus creencias y minimizar la información que refuta lo que creen".
En síntesis, vemos de los demás lo que queremos ver, que es aquello que coincide con nuestras expectativas o creencias. Y esta forma de proceder provoca que exageremos nuestras filias y perpetuemos nuestras fobias, algunas veces más allá de lo razonable.
Estas miopías con los demás tienen efectos directos sobre nuestras relaciones: nos es difícil generar aprecio por aquella persona de la que constantemente solo vemos sus defectos y podemos tener enormes desengaños con aquella persona a la que solo vemos virtudes. Ni una ni otra actitud conforman una imagen real en la que basar nuestros juicios.
Y el efecto va más allá de las relaciones personales, transfiriéndose desde la experiencia particular a la percepción general: así, si me cae bien una amiga que se llama Sonia, estaré especialmente predispuesto a considerar el nombre de Sonia como un nombre bonito y mi primera impresión de una nueva Sonia que conozca será inicialmente positiva. Y si me cae especialmente mal una Ana... seguro que descartaré el nombre para mi hija y recelaré en primera instancia de toda Ana que me presenten.
Reencuadrar el retrato
"Hemos de obligarnos a prestar atención a los datos que perturban nuestras arraigadas creencias" (Jonah Lehner)
El cerebro capta del otro lo que se corresponde con nuestras expectativas. Cualquier signo que concuerde con lo que pensamos de una persona será a nuestros ojos extremadamente visible y evidente y, en cambio, nos pasará desapercibida cualquier evidencia de lo contrario. Así pues, aquella persona de la que pensamos que es antipática acabará siéndolo a nuestros ojos sin ninguna duda y no encontraremos la manera de relacionarnos positivamente con ella. Y si pensamos de alguien que es una persona muy simpática, así la veremos sea cual sea su comportamiento. Todo ello nos ocurre -y así nos lo cuenta Eduardo Punset- por la manía que tiene nuestro cerebro de no cuestionar ni renunciar a sus creencias.
Para abandonar la miopía en nuestra percepción y ser capaces de ver objetivamente a los demás es necesario que, de vez en cuando, revisemos el retrato que nos hemos hecho de ellos. Es un ejercicio sencillo de reencuadre, destinado a hacer visibles las partes del retrato que, por no coincidir con nuestras creencias, hemos escondido inconscientemente.
El objetivo es conseguir un retrato objetivo del otro, y el ejercicio consiste en, después de hacer una lista mental de las virtudes (si nos cae bien) o defectos (si nos cae mal) de una determinada persona, completarla con la otra parte: las virtudes si nos cae mal y los defectos si nos cae bien. Obtendremos así el retrato real y estaremos sentando las bases para poder establecer una relación mucho más sana con aquella persona.
El proceso es especialmente aconsejable en aquellos casos en los que tenemos a alguien perpetuado en una determinada imagen, es decir, cuando hace demasiado tiempo que no revisamos la idea que tenemos de ese alguien.
Conectando con los que no me gustan. Cuando tenemos un buen día, estamos tranquilos y nos sentimos seguros, tendemos a mostrar nuestras virtudes. En cambio, cuando tenemos un mal día, nos sentimos inseguros o presionados, nos sale nuestra peor cara. Desde este punto de vista, nosotros somos también responsables del comportamiento de los demás: si les damos tranquilidad y los hacemos sentir bien, nos mostrarán sus virtudes. Si nos mostramos hostiles o los despreciamos, nos manifestarán sus defectos. Es en este sentido en el que mi amigo también es responsable del comportamiento de el prota, porque su desprecio hacia él es evidente que no le pasa inadvertido.
Desde esta base, podemos pensar que es posible replantear la mala impresión y relación que tengamos con alguien que no nos cae bien, y podemos desarrollar una estrategia para conectar con ella o con él.
El proceso comenzará con el reencuadre: descubriremos de esta persona virtudes que hasta ahora nos han pasado desapercibidas. El siguiente paso será escoger una o algunas de ellas que pueda reconocer sincera y objetivamente, y que considere positivas y valiosas, o que pueda incluso admirar. (Es habitual que sean virtudes que yo no tengo especialmente desarrolladas y puedo, por tanto, valorar especialmente en los demás). Una vez escogida o escogidas, mi comunicación con esta persona irá encaminada a reconocer tales virtudes, en lugar de sus habituales defectos.
Así, por ejemplo, el prota del grupo de padres de mi amigo, además de sus consabidos defectos, tiene como virtud el ser una persona con una capacidad encomiable de organizar eventos. De hecho, las cenas y los encuentros siempre se producen gracias a él. Reconocerle esta habilidad, en lugar de mostrarse especialmente susceptible a sus comentarios superfluos, supondrá encarar con buen pie la relación. Es importante destacar que no se trata de adularlo, ni de decirle cosas que no sentimos. Se trata de evidenciar el respeto por una cualidad que de verdad admiramos o apreciamos.
A través de una virtud que reconocemos del otro conseguimos conectar con él sobre una base positiva que propiciará que se sitúe en el escenario de mostrar su mejor cara y que así podamos de forma natural desarrollar nuestra relación.
1 comentarios:
Es importante cultivar el valor de la aceptación.
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