TODOS LOS NECIOS
SON OBSTINADOS Y TODOS LOS OBSTINADOS SON NECIOS.
La conducta obstinada es
fácil de reconocer. Alguien se cierra en una idea, una creencia, una
iniciativa, en cualquier producto de su mente que adquiere la condición de
verdad. Se mantiene firme en su pensamiento, no dialoga, sino que manipula
dialécticamente. Apura todos los argumentos, echa mano de todo tipo de
informaciones e incluye razonamientos científicos, cuando no filosóficos. Se
enciende como una mecha, se enerva, gesticula, cada vez más hist0riónicamente y
eleva el tono de la hasta llegar al griterío. Se enfada, amenaza, insulta si es
preciso, saca a relucir todos sus resentimientos y menosprecia tanto como pueda
a su oponente. El caso es mantener como sea su razón. Perderla es perderse.
Exista una creencia común
que entroniza a las personas obstinadas porque solo así consiguen sus
propósitos. Confundimos entre perseverancia y obstinación, no obstante podemos
plantearnos ¿Cuál es el coste de conseguir obstinadamente lo que queremos?
¿Adónde nos lleva querer tener siempre razón? ¿Quién sigue con nosotros tras
nuestras obstinaciones?
Etiquetados de necios u
obstinados, parece que los últimos en enterarse de dicho carácter son los que
lo sufren, entre otras cosas, porque ven a sí mismos a la inversa, es decir,
revestidos de un toque superior casi divino que los conjura con la verdad de la
buena. Sienten tan tercamente su visión de las cosas, sus pareceres, que no
pueden entender que exista alternativa alguna, que haya una mirada distinta,
que pueda existir una razón que les contradiga.
Atrapados en su propia
inmediatez, enfundados en mil razones, atrapados en sus redes emocionales que
transitan entre orgullo, la ira, el resentimiento y la envidia, no son capaces
de conectar con los demás, con el contexto, con la demanda del momento.
Cerrados a cal y canto, protegiendo su imperio interior, abruman a sus
interlocutores, los llegan a asustar para marcar su territorio, para evitar empatizar,
congeniar, comprender, arropar, mostrarse en definitiva más allá de la razón. Dicho
de otro modo, temen mostrarse a sí mismos. Temen ser vistos en su
vulnerabilidad, en su desorientación, en su ignorancia.
Las personas obstinadas,
huelga decir, se mantienen atrapadas en un ego rígido y monumental. Y no hay
nada peor para el ego que quebrantarlo. Identificadas, con su manera de pensar,
sentir y proceder, es decir, con sus hábitos mentales, todo lo que conduzca a
contrariarlas, cambiarlas, transformarlas o, sencillamente, abandonar la
necesidad compulsiva de tener razón, es crearles un miedo terrible a quedar
diluidas. Es por eso por lo que necesitan afirmarse tanto.
Ante
emociones tóxicas como la ira, la envidia o el orgullo, caben otras más embellecedoras
como la humildad, la aceptación, la compasión. Eso es lo que debe encontrar el
terco dentro de sí, el permiso para tratarse bien, con delicadeza, con amor,
para después poder extender esos sentimientos a los demás
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