Los objetivos del verano
JENNY MOIX
Con la llegada de las vacaciones nos planteamos propósitos para el resto del año. ¿Por qué no los cumplimos después?
Las olas del mar, la blanquísima arena y la sombra de la palmera formaban el decorado de la discusión entre Paco y Carmen. En esa playa de Cuba, el matrimonio pasaba sus vacaciones y daba vueltas a lo que les acababan de ofrecer: vacaciones a tiempo compartido. Pagando una suma que les parecía un chollo, podían pasar una semana de vacaciones en lugares paradisiacos como aquel durante muchos años. Parecía una buena oferta, pero tenían que decidirse "ya". El vendedor les apremiaba. Es la estrategia, ya que se sabe que el ambiente vacacional nos hace ver las cosas de un modo diferente y por eso fuerzan a los potenciales clientes a decidirse en pleno relax veraniego.
"El día tiene 24 horas. Si vamos a tope, ¿de dónde sacaremos tiempo para nuevas metas? Antes de anotar hay que vaciar la agenda"
"Cuando nuestras neuronas están tomando el sol tienen ideas excelentes. Pero de vuelta a la oficina olvidamos los objetivos marcados"
Cuando nuestras neuronas están tomando el sol, se convierten en excelentes creativas. Y disfrutan pintando hermosas metas. Pero las mismas neuronas ya no son las mismas de vuelta a la oficina. Los maravillosos objetivos propuestos ya no parecen tan factibles y en el peor de los casos se han olvidado. He aquí otro de los enigmas de la especie humana: ¿Por qué nos planteamos objetivos que en la mayoría de los casos no cumplimos?
Dos personas en una
Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás
(Michel Eyquem de Montaigne)
Quizá en lo más profundo de nuestras entrañas existe un interruptor que al apretarse somos de una manera y al volverse a pulsar cambiamos de identidad. Quizá somos dos en uno. El yo de vacaciones y el yo trabajador. Quizá estas dos personas no se comuniquen muy bien...
"Es como si me cambiara el chip". Esta frase la he oído en muchas ocasiones cuando alguien me explica que no entiende cómo su comportamiento varía de un momento a otro. Los casos de "cambio de chip" más extremos se dan en las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple o de identidad disociativo. En un mismo sujeto, una vez toma las riendas una identidad y de repente otra se las arrebata.
Estos casos son extremos, pero todos notamos cómo nuestra forma de ver las cosas o de actuar puede variar sin saber muy bien por qué. Lo que en verano vemos claro, en invierno lo percibimos oscuro. Dentro de la psicología se ha descrito un fenómeno que nos puede ayudar a entender: "Aprendizaje dependiente del estado". Significa que en muchos casos los organismos recuperan mejor la información si están en el mismo estado físico (estado de ánimo, fatiga o drogas) que cuando se realizó la codificación. Por ejemplo, si un grupo de personas aprende un listado de palabras bajo los efectos del alcohol, la recordarán mejor cuando vuelvan a estar ebrias.
Desterrando lo importante
Lo que es más importante está enterrado bajo capas de problemas apremiantes y preocupaciones inmediatas (Stephen Covey)
Si analizamos el estado de nuestro organismo durante las vacaciones y durante el resto del año, encontraremos diferencias: nuestras rutinas, lo que comemos, el ejercicio que practicamos, nuestro estado de ánimo... Esto podría explicar que nuestros retos propuestos durante la calma veraniega, nuestro cuerpo de invierno ni los recuerda, o, si lo hace, le parecen una idea que proviene de lejos.
Parece que tendríamos que ir tendiendo un puente entre nuestro yo vacacional planeador de objetivos y nuestro otro yo. Una vía de comunicación podría ser el lápiz y el papel. Cuando planeamos un proyecto de trabajo o la compra, normalmente lo anotamos todo. Sin embargo, nuestros objetivos vitales los dejamos en manos de nuestra memoria cambiante. El yo programador tendría que anotarlo todo para que el otro pudiera leerlo.
El yo vacacional en algunos aspectos funciona de una manera óptima. Ve con más claridad lo esencial. Lo urgente, que suele ser lo que nos mantiene más ocupados durante el año, no le importa mucho y detecta con lucidez lo importante. Desde ese relax, donde lo apremiante de la vida diaria se ha vuelto inexistente, conectarse al corazón resulta más fácil.
Sin embargo, ese mismo relax puede ser un inconveniente para planificar objetivos. Cuando tenemos hambre es un mal momento para ir a comprar comida porque adquirimos más de la cuenta. Cuando estamos descansados es un mal momento para establecer metas porque al estar cargados de energía sobrevaloramos nuestras capacidades y no somos realistas (pensamos en apuntarnos al curso de inglés, practicar más ejercicio, hacer régimen, salir más con los amigos...). Tenemos que ser conscientes de que las energías que nos cargan en verano no son las mismas durante la vida cotidiana. Que un objetivo sea realista suele depender sencillamente de los plazos.
El día tiene 24 horas. Si normalmente vamos a tope, ¿cómo tendremos tiempo para dedicar a las nuevas metas? No podemos anotar más en nuestra agenda sin antes vaciarla. Así que recordemos planificar objetivos "de quitar" asuntos. Dejar de hacer no es fácil. Nos parecerá imposible cambiar un tipo de vida al que estamos muy acostumbrados. Para conseguirlo tenemos que escarbar muy adentro y así descubrir qué nos impide dejar algunas actividades. Si pudiéramos detectar qué son autoexigencias y qué hacemos por agradar o sentirnos queridos, daríamos un gran paso. Quizá el yo vacacional que se encuentra más descansado está en mejores condiciones para ahondar a este nivel.
Más allá de los objetivos
Desear cosas es bueno siempre y cuando no te enfades si no las consigues
(Celine en 'Antes del atardecer')
Si suponemos que somos dos personas: una llena de energía y creativa, y la otra inmersa en la urgencia del día a día, está claro que si la primera planea una serie de objetivos, lo tiene que programar todo muy detalladito y fácil para que la otra pueda llevarlo a cabo. El objetivo tiene que estar formulado en términos específicos. Nuestro objetivo no debe ser "haré más ejercicio", sino "iré al gimnasio tres veces por semana". El yo vacacional debe pensar el cómo, el cuándo, el dónde, el con quién. Y lo más importante, visualizar al detalle el primer paso y anotarlo en la agenda.
Meses atrás asistí a un curso de motivación y objetivos. El profesor nos pedía que anotáramos en un papel nuestros objetivos para el próximo año. También debíamos apuntar las barreras que dificultaban llegar a ellos y los beneficios que suponía conseguirlos. Los ejercicios que nos proponía realmente hacían reflexionar de una manera dirigida, pautada y, por tanto, más fructífera. Aprendí mucho y me encantó.
Solo hubo un ejercicio que no me pareció apropiado. Nos pidió que nos visualizáramos a nosotros mismos sin conseguir el objetivo, que experimentáramos la tristeza y todo lo negativo que significaría. Argumentó que visualizar lo negativo también es un gran impulso porque actuamos para huir de ello. Quizá sí, pero es dañino. Porque vivir visualizando cosas negativas no es agradable. Una cosa es prepararnos por si las cosas no salen como queremos, pero la otra es recrearnos en sentimientos negativos para que nos den impulso.
Lo más peligroso de esta estrategia es que nos programamos para pensar que solo seremos felices si conseguimos nuestro objetivo. Esto es, hacemos depender nuestra felicidad de unas metas concretas. Las palabras de Ramón Bayés en su libro Un psicólogo en busca de la serenidad no lo pueden expresar mejor: "Podemos tener ilusiones, hacer proyectos, tener expectativas, vivir a veces en el presente de las cosas futuras siempre que eliminemos de dicho futuro el condicional; por ejemplo, seré feliz solo si mis ilusiones se hacen realidad, si mis proyectos se cumplen, si mi enfermedad desaparece, si...".
Las metas pueden alumbrarnos, señalarnos por dónde hemos de andar, pero también pueden descargar envolventes sombras sobre nuestro camino. Ocurre cuando solo nos fijamos en ellas y no apreciamos por dónde caminamos. Así que, objetivos aparte, no nos olvidemos de saborear las noches de verano y sus días.
JENNY MOIX
Con la llegada de las vacaciones nos planteamos propósitos para el resto del año. ¿Por qué no los cumplimos después?
Las olas del mar, la blanquísima arena y la sombra de la palmera formaban el decorado de la discusión entre Paco y Carmen. En esa playa de Cuba, el matrimonio pasaba sus vacaciones y daba vueltas a lo que les acababan de ofrecer: vacaciones a tiempo compartido. Pagando una suma que les parecía un chollo, podían pasar una semana de vacaciones en lugares paradisiacos como aquel durante muchos años. Parecía una buena oferta, pero tenían que decidirse "ya". El vendedor les apremiaba. Es la estrategia, ya que se sabe que el ambiente vacacional nos hace ver las cosas de un modo diferente y por eso fuerzan a los potenciales clientes a decidirse en pleno relax veraniego.
"El día tiene 24 horas. Si vamos a tope, ¿de dónde sacaremos tiempo para nuevas metas? Antes de anotar hay que vaciar la agenda"
"Cuando nuestras neuronas están tomando el sol tienen ideas excelentes. Pero de vuelta a la oficina olvidamos los objetivos marcados"
Cuando nuestras neuronas están tomando el sol, se convierten en excelentes creativas. Y disfrutan pintando hermosas metas. Pero las mismas neuronas ya no son las mismas de vuelta a la oficina. Los maravillosos objetivos propuestos ya no parecen tan factibles y en el peor de los casos se han olvidado. He aquí otro de los enigmas de la especie humana: ¿Por qué nos planteamos objetivos que en la mayoría de los casos no cumplimos?
Dos personas en una
Encuentro tanta diferencia entre yo y yo mismo como entre yo y los demás
(Michel Eyquem de Montaigne)
Quizá en lo más profundo de nuestras entrañas existe un interruptor que al apretarse somos de una manera y al volverse a pulsar cambiamos de identidad. Quizá somos dos en uno. El yo de vacaciones y el yo trabajador. Quizá estas dos personas no se comuniquen muy bien...
"Es como si me cambiara el chip". Esta frase la he oído en muchas ocasiones cuando alguien me explica que no entiende cómo su comportamiento varía de un momento a otro. Los casos de "cambio de chip" más extremos se dan en las personas que sufren trastorno de personalidad múltiple o de identidad disociativo. En un mismo sujeto, una vez toma las riendas una identidad y de repente otra se las arrebata.
Estos casos son extremos, pero todos notamos cómo nuestra forma de ver las cosas o de actuar puede variar sin saber muy bien por qué. Lo que en verano vemos claro, en invierno lo percibimos oscuro. Dentro de la psicología se ha descrito un fenómeno que nos puede ayudar a entender: "Aprendizaje dependiente del estado". Significa que en muchos casos los organismos recuperan mejor la información si están en el mismo estado físico (estado de ánimo, fatiga o drogas) que cuando se realizó la codificación. Por ejemplo, si un grupo de personas aprende un listado de palabras bajo los efectos del alcohol, la recordarán mejor cuando vuelvan a estar ebrias.
Desterrando lo importante
Lo que es más importante está enterrado bajo capas de problemas apremiantes y preocupaciones inmediatas (Stephen Covey)
Si analizamos el estado de nuestro organismo durante las vacaciones y durante el resto del año, encontraremos diferencias: nuestras rutinas, lo que comemos, el ejercicio que practicamos, nuestro estado de ánimo... Esto podría explicar que nuestros retos propuestos durante la calma veraniega, nuestro cuerpo de invierno ni los recuerda, o, si lo hace, le parecen una idea que proviene de lejos.
Parece que tendríamos que ir tendiendo un puente entre nuestro yo vacacional planeador de objetivos y nuestro otro yo. Una vía de comunicación podría ser el lápiz y el papel. Cuando planeamos un proyecto de trabajo o la compra, normalmente lo anotamos todo. Sin embargo, nuestros objetivos vitales los dejamos en manos de nuestra memoria cambiante. El yo programador tendría que anotarlo todo para que el otro pudiera leerlo.
El yo vacacional en algunos aspectos funciona de una manera óptima. Ve con más claridad lo esencial. Lo urgente, que suele ser lo que nos mantiene más ocupados durante el año, no le importa mucho y detecta con lucidez lo importante. Desde ese relax, donde lo apremiante de la vida diaria se ha vuelto inexistente, conectarse al corazón resulta más fácil.
Sin embargo, ese mismo relax puede ser un inconveniente para planificar objetivos. Cuando tenemos hambre es un mal momento para ir a comprar comida porque adquirimos más de la cuenta. Cuando estamos descansados es un mal momento para establecer metas porque al estar cargados de energía sobrevaloramos nuestras capacidades y no somos realistas (pensamos en apuntarnos al curso de inglés, practicar más ejercicio, hacer régimen, salir más con los amigos...). Tenemos que ser conscientes de que las energías que nos cargan en verano no son las mismas durante la vida cotidiana. Que un objetivo sea realista suele depender sencillamente de los plazos.
El día tiene 24 horas. Si normalmente vamos a tope, ¿cómo tendremos tiempo para dedicar a las nuevas metas? No podemos anotar más en nuestra agenda sin antes vaciarla. Así que recordemos planificar objetivos "de quitar" asuntos. Dejar de hacer no es fácil. Nos parecerá imposible cambiar un tipo de vida al que estamos muy acostumbrados. Para conseguirlo tenemos que escarbar muy adentro y así descubrir qué nos impide dejar algunas actividades. Si pudiéramos detectar qué son autoexigencias y qué hacemos por agradar o sentirnos queridos, daríamos un gran paso. Quizá el yo vacacional que se encuentra más descansado está en mejores condiciones para ahondar a este nivel.
Más allá de los objetivos
Desear cosas es bueno siempre y cuando no te enfades si no las consigues
(Celine en 'Antes del atardecer')
Si suponemos que somos dos personas: una llena de energía y creativa, y la otra inmersa en la urgencia del día a día, está claro que si la primera planea una serie de objetivos, lo tiene que programar todo muy detalladito y fácil para que la otra pueda llevarlo a cabo. El objetivo tiene que estar formulado en términos específicos. Nuestro objetivo no debe ser "haré más ejercicio", sino "iré al gimnasio tres veces por semana". El yo vacacional debe pensar el cómo, el cuándo, el dónde, el con quién. Y lo más importante, visualizar al detalle el primer paso y anotarlo en la agenda.
Meses atrás asistí a un curso de motivación y objetivos. El profesor nos pedía que anotáramos en un papel nuestros objetivos para el próximo año. También debíamos apuntar las barreras que dificultaban llegar a ellos y los beneficios que suponía conseguirlos. Los ejercicios que nos proponía realmente hacían reflexionar de una manera dirigida, pautada y, por tanto, más fructífera. Aprendí mucho y me encantó.
Solo hubo un ejercicio que no me pareció apropiado. Nos pidió que nos visualizáramos a nosotros mismos sin conseguir el objetivo, que experimentáramos la tristeza y todo lo negativo que significaría. Argumentó que visualizar lo negativo también es un gran impulso porque actuamos para huir de ello. Quizá sí, pero es dañino. Porque vivir visualizando cosas negativas no es agradable. Una cosa es prepararnos por si las cosas no salen como queremos, pero la otra es recrearnos en sentimientos negativos para que nos den impulso.
Lo más peligroso de esta estrategia es que nos programamos para pensar que solo seremos felices si conseguimos nuestro objetivo. Esto es, hacemos depender nuestra felicidad de unas metas concretas. Las palabras de Ramón Bayés en su libro Un psicólogo en busca de la serenidad no lo pueden expresar mejor: "Podemos tener ilusiones, hacer proyectos, tener expectativas, vivir a veces en el presente de las cosas futuras siempre que eliminemos de dicho futuro el condicional; por ejemplo, seré feliz solo si mis ilusiones se hacen realidad, si mis proyectos se cumplen, si mi enfermedad desaparece, si...".
Las metas pueden alumbrarnos, señalarnos por dónde hemos de andar, pero también pueden descargar envolventes sombras sobre nuestro camino. Ocurre cuando solo nos fijamos en ellas y no apreciamos por dónde caminamos. Así que, objetivos aparte, no nos olvidemos de saborear las noches de verano y sus días.
2 comentarios:
BUENAS VACACIONES!!!!!!!!!!!!!!!!!! Y MUY INTERESANTE TU PUBLICACION
Definitivamente cierto Paco, porque Los sueños tienen la magia de cambiar el reseco y árido desierto en un frondoso bosque lleno de cantos y arrullos de viento. Nos hacen ver luz en el firmamento, y alcanzar el cielo con sólo un intento. Colores brillantes nos llegan de lejos y nos vuelven suaves, profundos, inmensos, nos traen emociones y hasta surgen versos…
Dejémonos arrastrar por los sueños, pero sin olvidarnos de vivir el presente.
Besitos
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