Errar es humano, aprender es divino
FRANCESC MIRALLES
FRANCESC MIRALLES
Considerar un error como una oportunidad para aprender es inteligente. La historia de la humanidad está llena de fallos que desencadenaron en importantes descubrimientos.
La historia de la humanidad está llena de equivocaciones afortunadas que nos han llevado más allá de nuestros límites. Desde el error de cálculo que condujo a Colón al continente americano, muchos aciertos humanos han salido de pequeñas y grandes catástrofes. El yogur, hoy presente en la mayoría de neveras, lo descubrió, según la tradición, una caravana de comerciantes búlgaros que trasladaban leche de un poblado a otro y vieron cómo, por efecto del sol, ésta había fermentado. Uno de ellos la probó para ver hasta qué punto se había echado a perder. El sabor le gustó y, con el tiempo, se descubrió que tenía efectos beneficiosos para el estómago. Había nacido un producto que conquistaría el mundo. Moraleja: tenemos mucho que aprender de las llamadas “serendipias”, como se denomina a los hallazgos o descubrimientos que se producen por accidente.
La historia de la humanidad está llena de equivocaciones afortunadas que nos han llevado más allá de nuestros límites. Desde el error de cálculo que condujo a Colón al continente americano, muchos aciertos humanos han salido de pequeñas y grandes catástrofes. El yogur, hoy presente en la mayoría de neveras, lo descubrió, según la tradición, una caravana de comerciantes búlgaros que trasladaban leche de un poblado a otro y vieron cómo, por efecto del sol, ésta había fermentado. Uno de ellos la probó para ver hasta qué punto se había echado a perder. El sabor le gustó y, con el tiempo, se descubrió que tenía efectos beneficiosos para el estómago. Había nacido un producto que conquistaría el mundo. Moraleja: tenemos mucho que aprender de las llamadas “serendipias”, como se denomina a los hallazgos o descubrimientos que se producen por accidente.
“Vivimos en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío”
“No hay que tener miedo a equivocarse, porque no hay otra manera de aprender. La vida es un constante prueba y error”
“No hay que tener miedo a equivocarse, porque no hay otra manera de aprender. La vida es un constante prueba y error”
“Las equivocaciones son los portales del descubrimiento” (James Joyce)
En 1974, el departamento de desarrollo de productos de 3M se desesperó cuando uno de sus investigadores, Spencer Silver, produjo una goma altamente defectuosa al olvidar un componente en la mezcla. Lo que parecía mala suerte fue aprovechado por otro empleado del departamento, Art Fry, para crear uno de los grandes inventos de la industria de papelería moderna. Fry era un devoto de la iglesia al que siempre se le caían los papelitos con los que marcaba los pasajes de la Biblia. Antes de que la mal lograda partida de adhesivo fuera arrinconada en la fábrica, tomó parte de aquel pegamento débil para fijar los papelitos a las páginas de las sagradas escrituras. Acababa de nacer el Post-it.
Otro error de índole empresarial que ha sido ampliamente comentado tuvo como protagonista a Steve Jobs, el fundador de Apple. En 1984 contrató a John Sculley para que dirigiera la empresa con mayor eficacia. La mala relación que se instaló entre los dos acabó, debido al apoyo de los accionistas al recién llegado, con la dimisión de Jobs. Sin embargo, gracias a su despido, Steve tuvo tiempo de crear en 1986 la compañía de películas de animación Pixar, que firmó acuerdos con Walt Disney para producir algunas películas de enorme éxito, como Toy story. Pixar terminó en manos de Disney por 7.400 millones de dólares, y Jobs se convirtió en el mayor accionista individual de la misma Disney. Su éxito no pasó inadvertido a Apple, que en plena crisis le devolvió las riendas en 1997 para que reflotara la empresa. Empezaría la edad de oro de la compañía, con éxitos masivos como el iPod, los nuevos iMac o los actuales iPhone.
“Si cerráis la puerta a las equivocaciones, también la verdad se quedará fuera” (Rabindranath Tagore)
Pese a los ejemplos, el error no goza de buena fama en nuestra sociedad. El escritor y creativo publicitario Gabriel García de Oro aborda en un ensayo de próxima publicación la injustificada fobia a equivocarnos. El autor de La empresa fabulosa plantea que tal vez no sea casualidad que los términos “error” y “terror” se parezcan tanto: “El error nos produce terror. También vergüenza y culpa. Bajamos la mirada y nos reprochamos no haber sido capaces de acertar, de escoger la opción correcta. Desde pequeños hemos vivido en una sociedad que premia el acierto y penaliza el error. Para nuestro sistema educativo, el error es estéril y vacío, no se saca nada de él”.
Nuestro miedo a equivocarnos se traduce a menudo en miedo a decidir. Si no decidimos, no fallamos. Y si no fallamos, no nos podemos hacer reproches ni nos sentiremos culpables. Resultado: parálisis. Al esquivar los errores, además, renunciamos a nuestro maestro, pues como demuestra la biografía de los grandes inventores y empresarios, en las equivocaciones hay una fuente inagotable de sabiduría. La ciencia avanza gracias a la “prueba y error” y lo mismo sucede en cada vida humana. García de Oro lo explica así: “Sin error no se avanza. ¿Quién ha aprendido a ir en bicicleta sin caerse? Es imposible. Por eso las personas mayores que no saben ir en bicicleta es muy difícil que aprendan, porque tienen demasiado miedo a caerse. Y así no hay quien pedalee. Debemos volver a aprender como cuando éramos niños. Crecer es aprender, aprender es equivocarse”.
Dado que, desgraciadamente, el error nos produce un sentimiento de culpa, preferimos que otros escojan por nosotros antes que tomar el riesgo de equivocarnos. Esta actitud nos limita y frena nuestro crecimiento como personas, pues acabamos diluyendo nuestra libertad dentro de un grupo en el que no tengamos que tomar decisiones.
“La libertad no merecería la pena si no incluyera la libertad de equivocarse” (Mahatma Gandhi)
Nuestro miedo a equivocarnos se traduce a menudo en miedo a decidir. Si no decidimos, no fallamos. Y si no fallamos, no nos podemos hacer reproches ni nos sentiremos culpables. Resultado: parálisis. Al esquivar los errores, además, renunciamos a nuestro maestro, pues como demuestra la biografía de los grandes inventores y empresarios, en las equivocaciones hay una fuente inagotable de sabiduría. La ciencia avanza gracias a la “prueba y error” y lo mismo sucede en cada vida humana. García de Oro lo explica así: “Sin error no se avanza. ¿Quién ha aprendido a ir en bicicleta sin caerse? Es imposible. Por eso las personas mayores que no saben ir en bicicleta es muy difícil que aprendan, porque tienen demasiado miedo a caerse. Y así no hay quien pedalee. Debemos volver a aprender como cuando éramos niños. Crecer es aprender, aprender es equivocarse”.
Dado que, desgraciadamente, el error nos produce un sentimiento de culpa, preferimos que otros escojan por nosotros antes que tomar el riesgo de equivocarnos. Esta actitud nos limita y frena nuestro crecimiento como personas, pues acabamos diluyendo nuestra libertad dentro de un grupo en el que no tengamos que tomar decisiones.
“La libertad no merecería la pena si no incluyera la libertad de equivocarse” (Mahatma Gandhi)
El autor citado anteriormente se sirve de las tres consonantes que conforman la palabra “error” para desvelar tres claves de sabiduría que, “erre que erre”, nos educan para acertar en la vida incluso cuando no se produce ninguna serendipia:
Reconocimiento. Cada fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro sitio. Saber que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña que debemos prestar atención y aprender para mejorar en el futuro.
Responsabilidad. Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada error asumido nos recuerda que mucho de lo bueno y lo malo que nos sucede depende de nosotros.
Revolución. La conciencia del error, de lo que no funciona, es el germen de la revolución. Así como Edison probaba nuevos filamentos para su bombilla cada vez que fracasaba, muchas mejoras sociales han llegado a partir del impulso colectivo para enmendar injusticias.
El progreso es una carrera hacia la superación llena de experimentos fallidos pero necesarios, porque solo a través de lo que no funciona llegamos a descubrir lo que funciona. Esto no solo se aplica al campo de la ciencia o de los movimientos sociales. La vida de todo individuo es un constante prueba y error, donde el premio gordo lo obtiene quien más aprende de sus errores.
Alfred Adler, el psiquiatra austriaco que exploró el complejo de inferioridad, explica cómo funciona la escuela del error: “¿Qué es lo que haces al principio cuando aprendes a nadar? Cometes errores, ¿no es cierto? ¿Y qué ocurre a continuación? Pues que cometes más errores todavía. ¿Y qué pasa cuando has descubierto todas las maneras posibles de hundirte? De repente empiezas a nadar. ¡La vida es igual que aprender a nadar! No tengas miedo de equivocarte. No existe otra manera de aprender a vivir”.
Reconocimiento. Cada fallo es una lección de humildad que nos pone en nuestro sitio. Saber que no somos infalibles es un ejercicio beneficioso. Nos enseña que debemos prestar atención y aprender para mejorar en el futuro.
Responsabilidad. Al reconocer nuestra equivocación estamos tomando el control de nuestros actos en lugar de echar las culpas a terceros. Por tanto, cada error asumido nos recuerda que mucho de lo bueno y lo malo que nos sucede depende de nosotros.
Revolución. La conciencia del error, de lo que no funciona, es el germen de la revolución. Así como Edison probaba nuevos filamentos para su bombilla cada vez que fracasaba, muchas mejoras sociales han llegado a partir del impulso colectivo para enmendar injusticias.
El progreso es una carrera hacia la superación llena de experimentos fallidos pero necesarios, porque solo a través de lo que no funciona llegamos a descubrir lo que funciona. Esto no solo se aplica al campo de la ciencia o de los movimientos sociales. La vida de todo individuo es un constante prueba y error, donde el premio gordo lo obtiene quien más aprende de sus errores.
Alfred Adler, el psiquiatra austriaco que exploró el complejo de inferioridad, explica cómo funciona la escuela del error: “¿Qué es lo que haces al principio cuando aprendes a nadar? Cometes errores, ¿no es cierto? ¿Y qué ocurre a continuación? Pues que cometes más errores todavía. ¿Y qué pasa cuando has descubierto todas las maneras posibles de hundirte? De repente empiezas a nadar. ¡La vida es igual que aprender a nadar! No tengas miedo de equivocarte. No existe otra manera de aprender a vivir”.
“Todas las personas cometen fallos, pero solo las inteligentes aprenden de ellos”
(Winston Churchill)
(Winston Churchill)
Aunque su impacto puede ser muy poderoso, las serendipias son poco comunes en la vida cotidiana. Es decir, la inmensa mayoría de equivocaciones no aportan más beneficio que mostrarnos un camino que no lleva a ningún sitio.
Las personas fallamos. Unas aprenden de los errores y otras tropiezan con la misma piedra. Un ejemplo de este segundo grupo sería la persona que, con cada intento de relación sentimental, comete exactamente los mismos errores: bien porque elige siempre mal a su compañero/a, o porque reproduce las mismas conductas que llevan a la ruptura. Estas personas no suelen reconocer sus errores y atribuyen la culpa a los otros.
Además de un espíritu autocrítico y responsable, ¿qué es lo que distingue a las personas que aprenden de los errores de las que solo saben tropezar con ellos? Analizar lo que ha salido mal y sintetizar la clave del error significa subir un peldaño en nuestra evolución personal. Así, quien posee inteligencia emocional “lee” lo que sucede a su alrededor y saca conclusiones para cultivar las interacciones positivas y reducir las de resultado negativo.
Quien tropieza tres veces consecutivas con la misma piedra, en lugar de maldecirla, debería fijarse en cómo anda. Esa es la lección. Es imposible apartar todas las piedras del camino, que están ahí para enseñarnos a bajar la vista con humildad y educar nuestros pasos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría al errar.
EL JARDÍN DEL ERROR
“Hubo un tiempo en el que Adán y Eva vivían felices y despreocupados en el jardín del Edén. Todo era paz y armonía. No había posibilidad de error. Para los humanos, no tener la opción de equivocarse es el paraíso. Pero de repente supieron que, de entre todos los árboles, uno estaba prohibido. No debían comer la fruta del árbol de la ciencia y la sabiduría. Tal vez por eso decidieron comer, probar, arriesgarse. Y se equivocaron. Fueron expulsados del paraíso. Primera interpretación bíblica: los errores se pagan. Sin embargo, existe una lectura más sutil y reveladora: el camino que lleva hasta el árbol de la sabiduría es el error”. Leo Balthazar.
Las personas fallamos. Unas aprenden de los errores y otras tropiezan con la misma piedra. Un ejemplo de este segundo grupo sería la persona que, con cada intento de relación sentimental, comete exactamente los mismos errores: bien porque elige siempre mal a su compañero/a, o porque reproduce las mismas conductas que llevan a la ruptura. Estas personas no suelen reconocer sus errores y atribuyen la culpa a los otros.
Además de un espíritu autocrítico y responsable, ¿qué es lo que distingue a las personas que aprenden de los errores de las que solo saben tropezar con ellos? Analizar lo que ha salido mal y sintetizar la clave del error significa subir un peldaño en nuestra evolución personal. Así, quien posee inteligencia emocional “lee” lo que sucede a su alrededor y saca conclusiones para cultivar las interacciones positivas y reducir las de resultado negativo.
Quien tropieza tres veces consecutivas con la misma piedra, en lugar de maldecirla, debería fijarse en cómo anda. Esa es la lección. Es imposible apartar todas las piedras del camino, que están ahí para enseñarnos a bajar la vista con humildad y educar nuestros pasos. Se hace camino al andar, como decía Machado, y se gana sabiduría al errar.
EL JARDÍN DEL ERROR
“Hubo un tiempo en el que Adán y Eva vivían felices y despreocupados en el jardín del Edén. Todo era paz y armonía. No había posibilidad de error. Para los humanos, no tener la opción de equivocarse es el paraíso. Pero de repente supieron que, de entre todos los árboles, uno estaba prohibido. No debían comer la fruta del árbol de la ciencia y la sabiduría. Tal vez por eso decidieron comer, probar, arriesgarse. Y se equivocaron. Fueron expulsados del paraíso. Primera interpretación bíblica: los errores se pagan. Sin embargo, existe una lectura más sutil y reveladora: el camino que lleva hasta el árbol de la sabiduría es el error”. Leo Balthazar.
4 comentarios:
Un placer leer este extraordinario post.
Un abrazo y feliz fin de semana.
Maravilloso post como siempre es una magnifica enseñanza te felicito amigo
Pase a desearos una feliz semanita
Un besito Rosa
Passando pra te deixar um beijo!
Helô
Hola querido Paco, cuanta razón, cuanto aprendemos de los errores, es lo que realmente nos enseña a saber escoger el camino adecuado, dandole un toque a nuestro ego y haciendonos conscientes.
La mayoria de las veces vemos lo que proyectamos, es muy pero que muy dificil ver a través de las sandalias de los demas, hay que ser muy consciente de la realidad, no de la nuestra y ver a las personas y las cosas como son, cuando llegamos a eso, llegamos a una comunicación de lo que hablamos con lo que sentimos y no crear dualidad.
Un buen trabajo de coaching en este aspecto nos llevará a ser consciente primero de lo que hablamos. La totalidad aparece cuando se es consciente y se ven las cosas como realmente son, no bajo nuestra realidad.
Que tengas una buena semana.
Un fuerte abrazo,
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