Andando por las calles de Barcelona tuve, metafóricamente, la oportunidad de resucitar en el cielo; entendiendo por cielo, un lugar metafísico por dónde camina la utopía y el recuerdo.
Bajo
el tremendo calor de estos días de julio 2015, casi simultáneamente
fui encontrando personas con las que, en un tiempo, tuvimos alguna
vinculación personal y profesional.
Sinceramente,
inicialmente, no me acordaba de su nombre aunque sí de su
personalidad. Hablar con cada uno de ellos me permitió regresar al
pasado y aceptar lo poco que contribuyeron al futuro.
Así
acepté que el pasado ya no tiene vigencia y cada día baja el telón
del escenario vivencial del humano.
Sin
duda somos efímeros y, como feroces depredadores, existimos para
organizar un mercado de intercambio de favores. Con ellos, conseguir
saciar las banales y falsas necesidades que el ego nos solicita.
Sí,
casi fundido por el calor, comprobé que el olvido trabaja sin
desmayo.
Aprendí
a vivir acercándome a la realidad final.
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