TERTULIAS/CHARLAS SOBRE COACHING EMANCIPADOR EN EL CÍRCULO DE COACHING ESPECIALIZADO.



Periódicamente nos reunimos en "petit comité", con un aforo máximo de 10 personas, para debatir sobre COACHING EMANCIPADOR.
Son diálogos participativos para realizar una "iniciación" en la disciplina del coaching adaptada a tu universo de sueños.
Si estás interesada/o en participar GRATUITAMENTE deja tu reserva en paco.bailac@salaidavinci.es y te informaremos de los calendarios previstos.

¡¡¡Ven te esperamos!!!



TEXTOS PARA EL ALMA 1



            La emancipación del YO nos llega como una brisa alpina que despierta el ALMA. Su frescura invade la conciencia encaminándonos hacia postulados superiores en el compromiso social. En este estadio de vigilia liberada del egoísmo, podemos canalizar la esperanza de amor.

  
       Cada día hay mil razones para perder el equilibrio. Solo nuestra voluntad en no perderlo hace que la estabilidad nos acompañe. ¡¡¡Piénsalo!!!

          El capitalismo podrá cortar las flores y explotar al capital humano...., pasar sus gastos personales a cargo de la cuenta de resultado de la empresa, cobrar suculentas nominas y quedarse las plusvalías; mas no podrá parar la primavera.

¿ERES UNA CONCIENCIA CONDICIONADA POR LA SOCIEDAD?



LA CALMA

Se ha dicho que LA CALMA es el idioma que habla la EMANCIPACIÓN.
Hacerse consciente de LA CALMA, siempre que la encontramos en nuestra vida, nos conecta con la dimensión –sin forma y sin tiempo- que hay dentro de nosotros; nos sitúa en lo que está más allá del pensamiento, más allá del ego.
Puede ser LA CALMA que se extiende por la naturaleza o LA CALMA que hay en tu habitación cuando te despiertas (si no llegas tarde al trabajo) o en los espacios de silencio entre sonidos.
Así nunca eres tan esencialmente tan profundamente tú mismo como cuando estás en calma. Sólo entonces eres quién eras antes de asumir temporalmente esta forma física y mental llamada persona. Eres, también, quién serás cuando la forma se disuelva.
Cuando estás en CALMA eres quién eres más allá de tu existencia temporal. Conciencia no condicionada sin forma eterna.


¿PARA QUÉ NACÍ? ¡¡¡UN TRUENO DESPERTÓ MI ALMA!!! 10



Ve a decir a mis amigos que me he embarcado hacia un Gran Mar y que mi barca se rompe


Si tuviéramos que contextualizar la época del SERMÓN DE LA MONTAÑA podríamos hacerlo dentro un estadio social primitivo del hombre, es decir, más de dos mil años atrás donde la filosofía y la religión guiaba sobre la razón de existir, pero la ciencia estaba por llegar. Cabe suponer que, por aquellos entonces, la esperanza de vida de la masa campesina era corta y llena de sufrimiento. Los estamentos dominantes del momento utilizaban más que el miedo el terror para controlar al pueblo, y, éste para poder estar en paz, debía adoptar el estatus de cordero dócil y obediente. Lo contrario podía suponer morir en la cruz. Una muerte mísera tanto por el sufrimiento como para la dignidad humana.
Unos cuántos eruditos sensibles y evolucionados (el Sermón de la Montaña se atribuye a Marcos y el Sermón del Llano a Lucas) dejaron constancia de determinadas referencias o sermones al objeto de intentar ofrecer a la clase popular (ignorada y explotada) una fuente de esperanza y especialmente de dignidad que cubriera su martirio cotidiano con un horizonte de felicidad eterna. Ya por aquellos entonces, se predicaba con el amor al prójimo como herramienta de paz y consuelo.
Con una lectura, casi plana, de los consejos que nos dejaron los denominados evangelistas encontramos perfiles sociales del calvario existencial de los contemporáneos de la época: El cielo será para los que padecen persecución por la justicia. Tenían que ser perfectos (humildes, conducta modélica, justos, sumisos, amor al enemigo, misericordiosos y limpios de corazón) teniendo, no obstante una perspectiva muy esperanzadora al iniciarse en ellos el camino del monoteísmo como verdadera cuna de la emancipación del humano. Con la humanización de las deidades plurales que han existido con anterioridad del “crucificado”, el hombre, da un primer paso importante hacia su plenitud gloriosa que lo libere de sus condicionamientos primarios o animales.

Desde este punto los, corderos de Dios, van y van tomando forma de proletarios según nos esboza en el Manifiesto Comunista aquí descrito y comentado. La cristiandad disuelta o atomizada en diversas interpretaciones ha dado respuestas distintas ante el proyecto emancipador del hombre. Unas, las más, se han dedicado a guiar al pueblo por el camino de su elevación conceptual y espiritual al objeto de que el hombre encuentre su felicidad a través de la plenitud del alma. No obstante, otras versiones, de la misma cristiandad de origen, han optado por estimar que la emancipación del hombre debe estar guiada por los representantes de Dios (clero) en la tierra siendo sólo ellos los legitimados en autorizar los nuevos horizontes del trabajador, del cordero. La lectura católica del hecho cristiano, al estar totalmente politizada teje y teje artimañas para no perder nada de su protagonismo social dentro del conflicto permanente que mantiene con el rebajo de Dios. Un ejemplo más es la respuesta que los sabios moradores de la cátedra de San Pedro han dado a la Ley sobre la Recuperación de la Memoria Histórica que el Parlamento Español tiene previsto aprobar en breve. Ante la posibilidad de desenmascarar los hilos y actores que desencadenaron el fraternal genocidio del llamado Levantamiento Nacional, Roma beatifica a más de cuatrocientas víctimas del lado capitalista tomando evidente partido por el entonces –y durante muchos años- denominado nacionalcatolicismo e ignorando a los cientos y cientos de humanos que –vivos o muertos- sufrieron durante décadas la represión.

Esta interpretación cultural de la deidad monoteísta del “crucificado”, muy a pesar de Roma, no es tan monolítica como desearían los purpurados del Vaticano. Ejemplo evidente es la llamada Teología de la Liberación que con admirable constancia dejan claros signos de referencia para que el cordero pase a ser proletario, para que el hombre alcance su libertad.
 Los teóricos de las ideas comunistas del siglo XIX no podían imaginarse, como la burguesía personalizada en el humano opresor, sería sustituida, no por el proletario victorioso de la revolución, sino por las grandes multinacionales que, como grandes Estados de la producción, han globalizado el trabajo situando de nuevo los avances del trabajador dentro del circo de la competencia, del consumo de la vileza. De nuevo hemos de volver a empezar a reconocer el Sermón de la Montaña.
La Teología de la liberación, el cristianismo de base; los ciudadanos comprometidos con la emancipación del hombre, han de evidenciar sin miedo los signos y conductas que antaño otros acuñaron. Para ello se hace preciso liberarnos del consumismo opresor que tanto y tanto envilece al hombre y que es la versión actualizada de la cruz. ¡¡Insumisión al consumo!! ¡¡Libertad a las ideas!! ¡¡Cooperación humana!!


No te impacientes si los ves hacer muchos millones. Sus acciones comerciales son como el heno de los campos. No envidies a los millonarios ni a las estrellas de cine, a , los que figuran a ocho columnas en los diarios, a los que viven en hoteles lujosos y comen en lujosos restaurantes; porque pronto sus nombres no estarán en ningún diario y ni los eruditos conocerán sus nombres.
Porque pronto serán segados como el heno de los campos.
No te impacienten sus inventarios y su progreso técnico. Al líder que ves ahora pronto no lo verás, lo buscarás en palacio y no lo hallarás. Los hombres mansos serán los nuevos líderes (los pacíficos).
Están agrandando los campos de concentración; están inventando nuevas torturas, nuevos sistemas de “investigación”.
En la noche no duermen haciendo planes, planeando cómo aplastarnos más; cómo explotarnos mas; pero el Señor se ríe de ellos porque ve que pronto caerán del poder.
Las armas que ellos fabrican se volverán contra ellos. Sus sistemas políticos serán borrados de la tierra y ya no existirán sus partidos políticos. De nada valdrán los planos de sus técnicos.
Las grandes potencias son como l flor de los prados. Los imperialismos son como el humo.
Nos espían todo el día. Tienen ya preparadas sus sentencias. Pero el Señor no nos entregará a su Policía. No permitirá que seamos condenados en el Juicio. Yo,  ví el retrato del dictador en todas partes –se extendían como un árbol vigoroso- y volví a pasar y ya no estaba.
Lo busqué y no lo hallé. Lo busqué y ya no había ningún retrato; y su nombre no se podía pronunciar. 
Salmo 36 (Ernesto Cardenal)



Oh Dios. Jerusalén es un montón de escombros. La sangre de tu pueblo se derramó en las calles y corrió por las cunetas y se fue por las alcantarillas,
La propaganda se burla de nosotros y los slogans de odio nos rodean.
¿Hasta cuándo Señor estarás airado con nosotros? ¿Arderá tu furor como el fuego nuclear que no se apaga con agua? ¿Por qué han de decir los ateos “donde está su Dios”?
Llegue a tus oídos el gemido de los presos y la oración de los condenados a trabajos forzados y condenados a muerte. Ten presencia en la oración de sus siervos humillados en los campos de concentración,
Y, nosotros tu pueblo. Te alabaremos eternamente y te cantaremos de generación en generación (con el permiso de la Obra Social de aquellas farsas financieras tuteladas por el Opus Dei)

*


Me preocupa que no te dosifiques. La emancipación te ha hecho conocer el amor y éste te ha correspondido con impurezas humanas. Tú que has sido musa de todo y razón de todo no encontrarás el premio doméstico que corresponde a tu naturaleza bondadosa. Lo sabes y sigues y sigues queriendo parar el cauce de los ríos y conducir los vientos. Tú eres el trueno que despertó mi alma




                                                                  Gossen de Paula.

                                                                  Abril 2007

¡¡¡UN TRUENO DESPERTÓ MI ALMA!!! 9



TIENES QUE ESTAR LOCO DE AMOR; SI NO ESTAS LOCO, NO PUEDES AMAR,

El Socialismo Reaccionario
   

En el denominado socialismo feudal, por su posición histórica, la aristocracia francesa e inglesa estaba llamada a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830 y en el movimiento inglés por la reforma, habían sucumbido una vez más bajo los golpes del odiado advenedizo. En adelante, no podía hablarse siquiera de una lucha política seria. No les quedaba más que lucha literaria. Pero, también. en el terreno literario, la vieja fraseología de la época de la Restauración había llegado a ser inaplicable. Para crearse simpatías era menester que la aristocracia aparentase no tener en cuenta sus propios intereses y que formulara su acta de acusación contra la burguesía sólo en interés de la clase obrera explotada. Así es como nació el socialismo feudal, mezcla de pasquines, de ecos del pasado y de amenazas sobre el porvenir.
Si alguna vez su crítica resulta amarga, mordaz e ingeniosa hirió a la burguesía en el corazón. La incapacidad absoluta de ésta para comprender la marcha de la historia moderna concluyó siempre por cubrirle de ridículo.
Cuando la aristocracia feudal quiere demostrar que su modo de explotación es distinto del de la burguesía, olvidan una cosa y es que ellos explotaban en condiciones y circunstancias por completo diferentes y hoy anticuadas. Cuando advierten que bajo su dominación no existía el proletariado moderno, olvidan que la burguesía moderna es precisamente un retoño fatal del régimen social suyo. Disfrazan tan poco, por otra parte, el carácter reaccionario de su crítica, que la principal acusación que presentan contra la burguesía es precisamente haber creado bajo su régimen una clase que hará saltar por los aires todo el antiguo orden social. Lo que imputan a la burguesía no es tanto el haber hecho surgir un proletariado en general, sino el haber hecho surgir un proletariado revolucionario.
Del mismo modo que el cura y el señor feudal marcharon siempre de la mano, el socialismo clerical marcha unido con el socialismo feudal. Nada más fácil que recubrir con un barniz socialista el ascetismo cristiano. ¿Acaso el cristianismo no se levantó también contra la propiedad privada, el matrimonio y el Estado? ¿No predicó en su lugar la caridad y la pobreza, el celibato y la mortificación de la carne, la vida monástica y la Iglesia? El socialismo cristiano no es más que el agua bendita con que el clérigo consagra el despecho de la aristocracia.

Otro estamento naciente en la evolución de la especie humana es el que podemos denominar como el socialismo pequeño-burgués. La aristocracia feudal no es la única clase derrumbada por la burguesía y no es la única clase cuyas condiciones de existencia empeoran y van extinguiéndose en la sociedad burguesa moderna. Los villanos de las ciudades medievales y el estamento de los pequeños agricultores de la Edad Media fueron los precursores de la burguesía moderna. En los países  de una industria y un comercio menos desarrollados, esta clase continúa vegetando al lado de la burguesía en auge. En los países donde se ha desarrollado la civilización moderna, se ha tomado-y, como parte complementaria de la sociedad burguesa, sigue formándose sin cesar- una clase de pequeños burgueses que oscila entre el proletariado y la burguesía. Pero los individuos que la componen se ven continuamente precipitados a las filas del proletariado a causa de la competencia, y, con el desarrollo de la gran industria, ven el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna y que serán reemplazados en el comercio, en la manufactura y en la agricultura por capataces y empleados.

Este socialismo analizó con mucha sagacidad las contradicciones a las modernas relaciones de producción. Puso al desnudo las hipócritas apologías de los economistas. Demostró de una manera irrefutable los efectos destructores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de capitales y de la propiedad territorial, la super-producción, la crisis, inevitable ruina de los pequeños burgueses y de los campesinos, la miseria del proletariado, la anarquía en la producción, la escandalosa desigualdad en la distribución de las riquezas, la exterminadora guerra industrial de las naciones entre sí, la disolución de las viejas costumbres, de las antiguas relaciones familiares, de las viejas nacionalidades.
Sin embargo, el contenido positivo de ese socialismo consiste, bien en su anhelo de restablecer los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos las antiguas relaciones de propiedad y toda la sociedad antigua, bien en querer encajar por la fuerza los medios modernos de producción de cambio en el marco estrecho de las antiguas relaciones de propiedad, que ya fueron rotas, que fatalmente debían ser rotas por ellos. En uno y otro caso, este socialismo es a la vez reaccionario y utópico.

El socialismo verdadero se ha dicho fue desarrollado dentro de la sociedad alemana. La literatura socialista y comunista de Francia, que nació bajo el yugo de una burguesía dominante y es la expresión literaria de la lucha contra dicha dominación, fue introducida en Alemania en el momento en que la burguesía acababa de comenzar su lucha contra el absolutismo feudal. Filósofos, semifilósofos e ingenios de salón alemanes se lanzaron ávidamente sobre esa literatura; pero olvidaron que con la importación de la literatura francesa no habían sido importadas a Alemania, al mismo tiempo, las condiciones sociales de Francia. En las condiciones alemanas, la literatura francesa perdió toda significación práctica inmediata y tomó un carácter puramente literario. Debía parecer más bien una especulación ociosa sobre la sociedad verdadera, sobre la realización de la esencia humana. De este modo, para los filósofos alemanes del siglo XVIII las reivindicaciones de la primera revolución francesa no eran más que las reivindicaciones de la “razón práctica” en general, y las manifestaciones de la voluntad de la burguesía revolucionaria de Francia no expresaban a sus ojos más que las leyes de la voluntad pura, de la voluntad tal como debe ser, de la voluntad verdaderamente humana.
Toda la labor de los literatos alemanes se redujo únicamente a poner de acuerdo las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, más exactamente, a asimilarse las ideas francesas partiendo de sus propias opiniones filosóficas. Y las asimilaron como se asimila en general una lengua extranjera: por la traducción.
Se sabe cómo los frailes superpusieron sobre los manuscritos de las obras clásicas del antiguo paganismo las absurdas descripciones de la vida de los santos católicos. Los literatos alemanes procedieron inversamente con respecto a la literatura profana francesa. Deslizaron sus absurdos filosóficos bajo el original francés. Por ejemplo: bajo la crítica francesa de las funciones del dinero, escribían: “enajenación de la esencia humana”; bajo la crítica francesa del Estado burgués decían: “eliminación del poder de lo universal abstracto”, y así sucesivamente. A esta interpelación de su fraseología en la crítica francesa le dieron el nombre de “filosofía de la acción”, “socialismo verdadero”, ciencia alemana del socialismo”, fundamentación filosófica del socialismo, etcétera.
De esta manera fue completamente castrada la literatura socialista-comunista francesa. Y como en manos de los alemanes dejó de ser la expresión de la lucha de una clase contra otra, los alemanes se imaginaron estar muy por encima de la “estrechez francesa” y haber defendido, en lugar de las verdaderas necesidades, la necesidad de la verdad, en lugar de los intereses del proletariado, los intereses de la esencia humana, del hombre en general, del hombre que no pertenece a ninguna clase ni a ninguna realidad y que no existe más que en el cielo brumoso de la fantasía filosófica. Este socialismo alemán, que tomaba tan solemnemente en serio sus torpes ejercicios de escolar y que con tanto estrépito charlantesco los lanzaba a los cuatro vientos, fue perdiendo poco a poco su inocencia pedantesca. La lucha de la burguesía alemana, y principalmente de la burguesía prusiana, contra los feudales y la monarquía absoluta, en una palabra, el movimiento liberal adquiría un carácter más serio.
De esta suerte, ofreciósele al “verdadero” socialismo la ocasión tan deseada de contraponer al movimiento político las reivindicaciones socialistas, de fulminar los anatemas tradicionales contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la concurrencia burguesa, contra la libertad burguesa de prensa, contra el derecho burgués, contra la libertad y la igualdad burguesa y de predicar a las masas populares que ellas no tenían nada que ganar, y que más bien perderían todo, en este movimiento burgués.
El socialismo alemán olvidó muy a propósito que la critica francesa, de la cual era simple eco insípido, presuponía la sociedad burguesa moderna, con las correspondientes consideraciones materiales de existencia y una constitución política adecuada es decir, precisamente las premisas que todavía se trataba de conquistar en Alemania. Para los gobiernos absolutos de Alemania, con su séquito de clérigos, de pedagogos, de hidalgos rústicos y de burócratas, este socialismo se convirtió en un espantajo propicio contra la burguesía que se levantaba amenazadora. Formó el complemento dulzarrón de los amargos latigazos y tiros con que esos mismos gobiernos respondieron a los alzamientos de los obreros alemanes. Si el “verdadero” socialismo se convirtió de este modo en un arma en manos de los gobiernos contra la burguesía alemana, representaba además, directamente, un interés reaccionario, el interés del pequeño burgués alemán. La clase de los pequeños burgueses legada por el siglo XVI, y desde entonces, renaciendo sin cesar bajo diversas formas, constituye para Alemania la verdadera base socia del orden establecido.

Los burgueses socialistas quieren perpetuar las condiciones de vida de la sociedad moderna, pero sin las luchas y los peligros que surgen fatalmente de ellas. Quieren perpetuar la sociedad actual, pero sin los elementos que la revolucionan y descomponen. Quieren burguesía sin el proletariado. La burguesía, como es natural, representa en mundo en que ella domina como el mejor de los mundos. El socialismo burgués elabora en un sistema más o menos completo esta representación consoladora. Cuando invita al proletariado a realizar su sistema y a entrar en la nueva Jesuralem, no hace otra cosa, en el fondo, que inducirle a continuar en la sociedad actual, pero despojándose de la concepción odiosa que se ha formado de ella. Otra forma de este socialismo, menos sistemática, pero más práctica, intenta apartar a los obreros de todo movimiento revolucionario, demostrándole que no es tal o cual cambio político el que podrá beneficiarles sino, solamente una transformación de las condiciones materiales de vida, de las relaciones económicas.


¿PARA QUÉ NACÍ? ¡¡¡UN TRUENO DESPERTÓ MI ALMA!!! 8



¡¡¡PODÉIS CORTAR TODAS LAS FLORES MÁS NO PARAREIS LA PRIMAVERA!!!

¡¡Pero es que vosotros, los comunistas, queréis establecer la comunidad de las mujeres!! Nos grita a coro toda la burguesía. Para el burgués, su mujer no es otra cosa que in instrumento de producción. Oye decir que los instrumentos de producción deben ser de utilización común, y, naturalmente, no puede por menos de pensar que las mujeres correrán la misma suerte. No sospecha se trata precisamente de acabar con esa situación de la mujer como simple instrumento de producción. Nada más grotesco, por otra parte, que el horror ultramoral que inspira a nuestros burgueses la pretendida comunidad oficial de las mujeres que atribuyen a los comunistas. Los comunistas no tienen necesidad de introducir la comunidad de las mujeres: casi siempre ha existido. Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición las mujeres y las hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución oficial, encuentran un placer singular en encornudarse mutuamente.
El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las esposas. A lo sumo, se podría acusar a los comunistas de querer sustituir una comunidad de las mujeres hipócritamente disimulada, por una comunidad franca y oficial. Es evidente, por otra parte, que con la abolición de las relaciones de producción actuales desaparecerá la comunidad de las mujeres que de ellas se deriva, es decir, la prostitución oficial y privada.

Se acusa también a los comunistas de querer abolir la patria, la nacionalidad.
Los obreros no tienen patria. No se les puede arrebatar lo que no poseen. Más, por cuanto el proletariado debe en primer lugar conquistar el Poder político, elevarse a la condición de clase nacional, constituirse en nación todavía es nacional, aunque de ninguna manera en el sentido burgués. El aislamiento nacional y los antagonismos entre los pueblos desaparecen de día en día con el desarrollo de la burguesía, la libertad de comercio y el mercado mundial con la uniformidad de la producción industrial y las condiciones de existencia que le corresponden.
El dominio del proletariado los hará desaparecer más de prisa todavía. La acción común del proletariado, al menor el de los países civilizados; es una de las primeras condiciones de su emancipación. En la misma medida en que sea abolida la explotación de un individuo por otro, será abolida la explotación de una nación por otra. Al mismo tiempo que el antagonismo de las clases en el interior de las naciones, desaparecerá la hostilidad de las naciones entre sí.

En cuanto a las acusaciones lanzadas contra el comunismo, partiendo del punto de vista de la religión, de la filosofía y de la ideología en general, no merecen un examen detallado. ¿Acaso se necesita una gran perspicacia para comprender que con toda modificación sobrevenida en las condiciones de vida, en las relaciones sociales, en la existencia social, cambia también las ideas, las nociones y las concepciones, en una palabra, la conciencia del hombre? ¿Qué demuestra la historia de las ideas sino que la producción intelectual se transforma con la producción material? Las ideas dominantes en cualquier época no han sido nunca más que las ideas de la clase dominante. Cuando se habla de ideas que revolucionan toda una sociedad, se expresa solamente el hecho de que en el seno de la vieja sociedad se han formado los elementos de una nueva y la disolución de las viejas ideas marcha a la par con la disolución de las antiguas condiciones de vida.

En el ocaso del mundo, las viejas religiones fueron vencidas por la religión cristiana. Cuando en el siglo XVIII las ideas cristianas fueron vencidas por las ideas de la ilustración, la sociedad feudal libraba una lucha a muerte contra la burguesía entonces revolucionaria. Las ideas de libertad religiosa y de libertad de conciencia no hicieron más que reflejar el reinado de la libre concurrencia en el dominio de la conciencia. “Sin duda –se nos dirá-, las ideas religiosas, morales, filosóficas, políticas, etcétera, se han ido modificando en el curso del desarrollo histórico. Pero la religión, la moral, la filosofía, la política, el derecho, se han modificado siempre a través de estas transformaciones. Existe además, verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etcétera, que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral, en lugar de darles una forma nueva, y por eso contradice a todo el desarrollo histórico anterior. ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase, de contradicciones que revisten formas diversas en las diferentes épocas.
Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todas las edades, a despecho de toda variedad y de toda diversidad, se haya movido siempre dentro de ciertas formas comunes, dentro de unas formas –formas de conciencia-, que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase. La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales.

El primer paso de la revolución obrera, es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital, para centralizar todos los instrumentos de producción en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase dominante, y para aumentar con la mayor rapidez posible la suma de las fuerzas productivas. Esto, naturalmente, no podrá cumplirse al principio más que por una violación despótica del derecho de propiedad y de las relaciones burguesas de producción, es decir, por la adopción de medidas que desde el punto de vista económico parecerán insuficientes e insostenibles, pero que en el curso del movimiento se sobrepasarán así mismas y serán indispensables como medio para transformar radicalmente todo el modo de producción. Estas medidas, naturalmente, serán diferentes en los diversos países. Sin embargo, en los países más avanzados podrán ser puestas en práctica casi en todas partes las siguientes medidas:

  • Expropiación de la propiedad territorial y empleo de la renta de la tierra para los gastos del Estado.
  • Fuerte impuesto progresivo.
  • Abolición del derecho de herencia.
  • Confiscación de la propiedad de todos los emigrados y sediciosos.
  • Centralización del crédito en manos del Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y monopolio exclusivo.
  • Centralización en manos del Estado de todos los medios de transporte.
  • Multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los terrenos incultivados y mejoramiento de las tierras, según un plan general.
  • Obligación de trabajar para todos; organización de ejércitos industriales, particularmente para la agricultura.
  • Combinación de la agricultura y la industria; medidas encaminadas a hacer desaparecer gradualmente la oposición entre la ciudad y el campo.
  • Educación pública y gratuita de todos los niños; abolición de trabajo de éstos hasta alcanzar la mayoría de edad.

Una vez que en el curso del desarrollo hayan desaparecido las diferencias de clase y se haya concentrado toda la producción en manos de los individuos asociados, el Poder público perderá su carácter político. El poder político, hablando propiamente, es violencia organizada de una clase para la opresión de otra. Si en la lucha contra la burguesía el proletario se constituye indefectiblemente en clase, si mediante la revolución se convierte en clase dominante y, en cuanto clase dominante, suprime por la fuerza las viejas relaciones de producción, suprime al mismo tiempo que estas relaciones de producción las condiciones para la existencia del antagonismo de clase y de las clases en general y, por tanto, su propia dominación como clase. En sustitución de la antigua sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, surgirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno será la condición del libre desarrollo de todos.


¿para qué nací? ¡¡¡UN TRUENO DESPERTÓ MI ALMA!!!7



¡¡¡EL AMOR NO TIENE PROPIEDAD!!!

El rasgo distintivo del comunismo no es abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. Pero la propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más acabada expresión del modo de producción y de apropiación de lo producido basado en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros. En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula: abolición de la propiedad privada de los medios de producción.

Se nos ha reprochado a los comunistas el querer abolir la propiedad personalmente adquirida, fruto del trabajo propio, esa propiedad que forma la base de toda libertad, de toda actividad, de toda independencia individual. Esa propiedad nunca debe ser abolida, aunque desgraciadamente el progreso de la industria y la especulación la está aboliendo a diario.
No obstante, hagamos alguna reflexión. ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo del proletario crea propiedad? De ninguna manera. Lo que crea es capital, es decir, la propiedad que explota al trabajo asalariado y que no puede acrecentarse sino a condición de producir nuevo trabajo asalariado, para explotarlo a su vez. En su forma actual, la propiedad se mueve en el antagonismo entre el capital y el trabajo asalariado. Examinemos los dos términos de este antagonismo.

Ser capitalista significa ocupar, no sólo una posición meramente personal en la producción, sino también una posición social. El capital es un producto colectivo; no puede ser puesto en movimiento sino por la actividad conjunta de muchos miembros de la sociedad y, en último término, sólo por la actividad conjunta de todos los miembros de la sociedad. El capital no es, pues, una fuerza personal; es una fuerza social. En consecuencia, si el capital es transformado en propiedad colectiva, perteneciente a todos los miembros de la sociedad, no es la propiedad personal la que se transforma en propiedad social. Sólo habrá cambiado el carácter social de la propiedad. Esta perderá su carácter de clase.
Si diseccionamos el trabajo asalariado veremos que el precio medio del trabajo es el mínimo del salario, es decir, la suma de los medios de subsistencia indispensables al obrero para conservar su vida como tal obrero. Por consiguiente, lo que el obrero asalariado se apropia por su actividad es estrictamente lo que necesita para la mera reproducción de su vida. Esta apropiación resulta miserable y convierte al obrero en un mero comparsa para que la burguesía incremente su capital como clase dominante. En la sociedad burguesa, el trabajo viviente no es más que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunita, el trabajo acumulado no es más que un medio de ampliar, enriquecer y hacer más fácil la vida de los trabajadores. De este modo, en la sociedad burguesa el pasado domina al presente; en la sociedad comunista es el presente el que domina al pasado. En la sociedad burguesa el capital es independiente y tiene personalidad, mientras que el individuo que trabaja carece de independencia y de personalidad.

¡Y es la abolición de semejante estado de cosas lo que la burguesía considera como la abolición de la personalidad y de la libertad! Y con razón. Pues se trata efectivamente de abolir la personalidad burguesa, la independencia burguesa y la libertad burguesa.

Por la libertad, en las condiciones actuales de la producción burguesa, se entiende la libertad de comercio, la libertad de comprar y vender. Desaparecido el chalaneo, desaparecerá también la libertad de chalanear.  Las reclamaciones sobre la libertad de chalaneo, lo mismo que las demás bravatas liberales de nuestra burguesía, sólo tiene sentido aplicadas al chalaneo encadenado y al burgués sojuzgado de la Edad Media, pero no ante la abolición comunista del chalaneo, de las relaciones de producción burguesas y de la propia burguesía. Os horrorizáis que queramos abolir la propiedad privada. Pero en vuestra sociedad actual la propiedad privada está abolida para las nueve décimas partes de sus miembros. Precisamente porque no existe para esas nueve décimas partes, existe para nosotros. Nos reprocháis, pues, el querer abolir una forma de propiedad que no puede existir sino a condición de que la inmensa mayoría de la sociedad sea privada de propiedad. En una palabra, nos acusáis de querer abolir vuestra propiedad. Efectivamente, eso es lo que queremos. Según vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda ser convertido en capital, en dinero, en renta de la tierra, es una palabra, en poder social susceptible de ser monopolizado; es decir, desde el instante en que la propiedad personal no puede transformarse en propiedad burguesa, desde ese instante la personalidad queda suprimida.
Reconocía, pues, que por personalidad no entendéis sino al burgués, al propietario burgués. Y esta personalidad ciertamente debe ser suprimida. El comunismo no arrebata a nadie la facultad de apropiarse de los productos sociales, no quita más que el poder de sojuzgar el trabajo ajeno por medio de esa apropiación.

Se ha objetado que con la abolición de la propiedad privada cesaría toda actividad y sobrevendría una indolencia general. Si así fuese, hace ya mucho tiempo que la sociedad burguesa habría sucumbido a manos de la holgazanería, puesto que en ella los que trabajan no adquieren y los que adquieren no trabajan. Toda objeción se reduce a esta tautología: no hay trabajo asalariado donde no hay capital.

Todas las objeciones dirigidas contra el modo comunista de apropiación y de producción de los productos materiales han sido hechas igualmente respecto a la apropiación y a la producción de los productos del trabajo intelectual. Lo mismo que para el burgués la desaparición de la propiedad de clase equivale a la desaparición de toda producción, la desaparición de la cultura de clase significa para él la desaparición de toda cultura.
La cultura, cuya pérdida deplora, no es para la inmensa mayoría de los hombres más que el adiestramiento que los transforma en máquinas.
Más no discutáis con nosotros mientras apliquéis a la abolición de la propiedad burguesa el criterio de vuestras naciones burguesas de libertad, cultura, derecho, etcétera. Vuestras ideas son en sí mismas producto de las relaciones de producción y de propiedad burguesas, como vuestro derecho no es más que la voluntad de vuestra clase dirigida en ley; voluntad cuyo contenido está determinado por las condiciones materiales de existencia de vuestra clase.
La concepción interesada que os ha hecho erigir en leyes eternas de la Naturaleza y de la Razón las relaciones sociales dimanadas de vuestro transitorio modo de producción y de propiedad –relaciones históricas que surgen y desaparecen en el curso de la producción-, la compartís con todas las clases dominantes hoy desaparecidas. Lo que concebís para la propiedad antigua, lo que concebís para la propiedad feudal, no os atrevéis a admitirlo para la propiedad burguesa.

¡Queréis abolir la familia! Hasta los más radicales se indignan ante este infame designio de los comunistas. ¿En que bases descansa la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. La familia, plenamente desarrollada, no existe más que para la burguesía; pero encuentra su complemento en la supresión forzosa de toda familia para el proletariado y en la prostitución pública. La familia burguesa desaparece naturalmente al dejar de existir ese complemento suyo, y ambos desaparecen con la desaparición del capital.
¿Nos reprocháis el querer abolir la explotación de los hijos por sus padres? Confesamos este crimen. Pues decís que destruimos los vínculos más íntimos, sustituyendo la educación doméstica por la educación social.
Y vuestra educación,¿no está también determinada por la sociedad, por las condiciones sociales en que educáis a vuestros hijos, por la intervención directa o indirecta de la sociedad a través de la escuela, etcétera. Los comunistas no han intentado esta injerencia de la sociedad en la educación, no hacen más que cambiar su carácter y arrancar la educación a la influencia de la clase dominante.

Las declaraciones burguesas sobre la familia y la educación sobre los dulces lazos que unen a los padres con sus hijos, resultan más repugnantes a medida que la gran industria destruye todo vínculo de familia para el proletariado, y transforma a los niños en simples artículos de comercio, en simples instrumentos de trabajo.

¿PARA QUÉ NACÍ? ¡¡¡UN TRUENO DESPERTÓ MI ALMA!!! 6



EL ALBA SEPARA LA LUZ DE LA SOMBRA

A veces los obreros triunfan; pero es un triunfo efímero. El verdadero resultado de sus luchas no es el éxito inmediato, sino la unión es favorecida por el crecimiento de los medios de comunicación creados por la gran industria y que ponen en contacto a los obreros de diferentes localidades. Y basta ese contacto para que las numerosas luchas locales, que en todas partes revisten el mismo carácter, se centralicen en una lucha nacional, en una lucha de clases. Más toda lucha de clases es una lucha política. Y la unión que los habitantes de las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, tardaron siglos en establecer, los proletarios modernos, con los ferrocarriles, las llevan a cabo en unos pocos años. Esta organización del proletario en clase, y, por tanto, en partido político, es socavada por la competencia entre los propios obreros. Pero surge de nuevo, y siempre más fuerte, más firme, más potente. Aprovecha las dimensiones intestinas de los burgueses para obligarles a reconocer por la ley algunos intereses de la clase obrera; por ejemplo, la ley de la jornada de diez horas en Inglaterra (y las sucesivas actualizaciones en materia de reducción de jornada).

En general, las colisiones en la vieja sociedad favorecen de diversas maneras el proceso de desarrollo del proletariado. La burguesía vive en lucha permanente. Al principio, contra la aristocracia; después, contra aquellas fracciones de la misma burguesía, cuyos intereses entran en contradicción con los progresos de la industria, y siempre, en fin, contra la burguesía de todos los demás países. En todas estas luchas se ve forzada a apelar al proletariado, a reclamar su ayuda y a  arrastrarle así el movimiento político. De tal manera, la burguesía proporciona a los proletarios los elementos de su propia educación, es decir, armas contra ella misma. Además, como acabamos de ver, el progreso de la industria precipita en las filas del proletariado a capas esteras de la clase dominante, o al menos las amenazas en sus condiciones de existencia. También ellas aportan al proletariado numerosos elementos de educación.

Finalmente, en los períodos en que la lucha de clases se acerca a su desenlace, el proceso de desintegración de la clase dominante, de toda la vieja sociedad, adquiere un carácter tan violento y tan patente que una pequeña fracción de esa clase reniega de ella y se adhiere a la clase revolucionaria, a la clase en cuyas manos está el “porvenir”. Y así como antes una parte de la nobleza se pasó a la burguesía, en nuestros días un sector de la burguesía se pasa al proletariado, particularmente ese sector de los ideólogos burgueses que se han elevado teóricamente hasta la comprensión del conjunto del movimiento histórico.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesía, sólo el proletariado es una clase verdaderamente revolucionaria. Las demás clases van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Las capas medias –el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano, el campesino-, todas ellas luchan contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son, pues, revolucionarias, sino conservadoras. Más todavía, son reaccionarias, ya que pretenden volver atrás la rueda de la Historia. Son revolucionarias únicamente cuando tienen ante sí la perspectiva de su tránsito inminente al proletariado, defendiendo así no sus intereses presentes, sino sus intereses futuros, cuando abandonan sus propios puntos de vista para adoptar los del proletariado.

El lumpen proletariado, ese producto pasivo de la putrefacción de las capas más bajas de la vieja sociedad. Puede a veces ser arrastrado al movimiento por una revolución proletaria; sin embargo, en virtud de todas sus condiciones de vida está más bien dispuesto a venderse a la reacción para servir a sus maniobras. Las condiciones de existencia de la vieja sociedad están ya abolidas en las condiciones de existencia del proletariado. El proletariado no tiene propiedad; sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen nada de común con las relaciones familiares burguesas; el trabajo industrial moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Norteamérica que en Alemania, despoja al proletariado de todo carácter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para él meros prejuicios burgueses, detrás de los cuales se ocultan otros tantos intereses de la burguesía.

Todas las clases que en el pasado lograron hacerse dominantes, trataron de consolidar la situación adquirida sometiendo a toda sociedad a las condiciones de su modo de apropiación. Los proletarios no pueden conquistar las fuerzas productivas sociales, sino aboliendo su propio modo de apropiación en vigor, y, por tanto, todo modo de apropiación existente hasta nuestros días. Los proletarios no tienen nada que salvaguardar; tiene que destruir todo lo que hasta ahora ha venido garantizando y asegurando la propiedad privada existente. Todos los movimientos han sido hasta ahora realizados por minorías o en provecho de minorías. El movimiento proletario es el movimiento independiente de la inmensa mayoría en provecho de la inmensa mayoría. El proletariado, capa inferior de la sociedad actual; no puede levantarse, no puede enderezarse, sin hacer saltar toda la superestructura formada por las capas de la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la lucha del proletariado contra la burguesía es primeramente una lucha nacional. Es natural que el proletariado de cada país debe acabar en primer lugar con su propia burguesía. Al esbozar las fases más generales del desarrollo del proletariado, hemos seguido el curso de la guerra civil más o menos oculta que se desarrolla en el seno de la sociedad existente, hasta el momento en que se transforma en una revolución abierta, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesía, implanta su dominación. Todas las sociedades anteriores, como hemos visto, han descansado en el antagonismo entre clases opresoras y oprimidas. Más para oprimir a una clase, es preciso asegurarle unas condiciones que le permitan, por lo menos, arrastrar su existencia de esclavitud. El siervo, en pleno régimen de servidumbre, llegó a miembro de la comuna, lo mismo que el pequeño burgués llegó a elevarse a la categoría de burgués bajo el yugo del absolutismo feudal. El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza. Es, pues evidente que la burguesía ya no es capaz de seguir desempeñando el papel de clase dominante de la sociedad ni de imponer a ésta, como ley reguladora, las condiciones de existencia de su clase. No es capaz de dominar, porque no es capaz de asegurar a su esclavo la existencia ni siquiera dentro del marco de la esclavitud, porque se ve obligada a dejarle decaer hasta el punto de tener que mantenerle, en lugar de ser mantenida por el. La sociedad ya no puede vivir bajo su dominación; lo que equivale a decir que la existencia de la burguesía es, en lo sucesivo incompatible con la de la sociedad.

La condición esencial de la existencia y de la dominación de la clase burguesa es la acumulación de la riqueza en manos de particulares que atesoran y acrecientan su capital. La condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la gran industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables.

Proletarios y comunistas.
      
¿Qué relación mantienen los comunistas con respecto a los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros. No tienen intereses que no sean los intereses del conjunto del proletariado. No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario. Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto. Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario.


El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del Poder político por el proletario. Las tesis teóricas de los comunistas no se basan en modo alguno en ideas y principios inventados o descubiertos por tal o cual reformador del mundo. No son sino la expresión de conjunto de las condiciones reales de una lucha de clases existentes, de un movimiento histórico que se está desarrollando ante nuestros ojos. La abolición de las relaciones de propiedad existentes desde antes no es una característica peculiar y exclusiva del comunismo. Todas las relaciones de propiedad han sufrido constantes cambios históricos, continuas transformaciones históricas. La revolución francesa, por ejemplo, abolió la propiedad feudal en provecho de la propiedad burguesa.