TERTULIAS/CHARLAS SOBRE COACHING EMANCIPADOR EN EL CÍRCULO DE COACHING ESPECIALIZADO.



Periódicamente nos reunimos en "petit comité", con un aforo máximo de 10 personas, para debatir sobre COACHING EMANCIPADOR.
Son diálogos participativos para realizar una "iniciación" en la disciplina del coaching adaptada a tu universo de sueños.
Si estás interesada/o en participar GRATUITAMENTE deja tu reserva en paco.bailac@salaidavinci.es y te informaremos de los calendarios previstos.

¡¡¡Ven te esperamos!!!



¿QUÉ ERES?




“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”

Cuando un alma ha llegado al menosprecio del mundo, con el espíritu de pobreza, a la tranquilidad con la mansedumbre, viendo que en la tierra todo es vanidad y aflicción del espíritu, llora su destierro y sus faltas pues nuestras lágrimas atraen hacia nosotros la misericordia divina. Acepta en espíritu de penitencia los dolores que te hacen con frecuencia verter lágrimas, y deja a la emancipación que has cultivado, el consuelo de enjugarlas.

LAS IDEAS NO SON RESPONSABLES DE LO QUE LOS HOMBRES HACEN DE ELLAS

 
Buenas y malas ideas

A pesar de nuestros propósitos, a veces escogemos la peor de las opciones

Existen herramientas que nos ayudan a aprovechar las buenas y descartar las malas

Pongamos el caso de que queremos sorprender a una persona llevándola a cenar a un lugar especial. Nos vienen a la cabeza pensamientos de todo tipo hasta que llega un momento en el que… ¡eureka! Tenemos una idea: una mariscada en un nuevo restaurante flotante que han abierto en el puerto de nuestra ciudad. Sin embargo, cuando llega el momento descubrimos que esa persona a quien queríamos sorprender es alérgica al marisco y además se marea con facilidad. La sorpresa nos la llevamos nosotros.
¿Qué ha fallado? El restaurante no. Ni la calidad del marisco. ¡Era una buena idea! ¿O no? La primera regla que debemos aprender es que en la mayoría de los casos no hay buenas o malas ideas, simplemente hay ideas que encajan y otras que no. Depende de las circunstancias, el entorno y el receptor, la idea puede apreciarse como buena o mala. Por tanto, ante un fracaso como el que acabamos de ver, tenemos que preguntarnos la razón por la que nuestra idea ha fallado, que normalmente es debido a:
Falta de información. Si hubiéramos sabido los problemas con el marisco de la persona que queríamos sorprender, seguro que hubiésemos desestimado llevarla a una marisquería. Recordemos que no es casualidad que todo proceso creativo empiece con un periodo de información e investigación.

Lo importante no es tener muchas
ideas, sino la idea oportuna en cada caso”
Juan Zorrilla de San Martín
Falta de contraste. Aquellos que hacen de la creatividad su profesión o su manera de vivir saben de la importancia de contar con una persona de confianza para contrastar sus ideas. Y es que el simple hecho de verbalizar aquello que hemos pensado nos ayuda a pulir detalles o enriquecer nuestra idea con otros puntos de vista.
Falta de empatía. Las personas altamente creativas son empáticas. Son capaces de ponerse en el lugar de los demás e imaginar cómo reaccionarán o qué sentirán, más allá de los gustos propios. Está claro que podríamos haber sospechado que hay personas que tienen problemas con el marisco, a pesar de que a nosotros nos pueda encantar.
Pero ¿qué pasa cuando hemos hecho los deberes y aun así fallamos? ¿Hay alguna manera de prever?
Esta misma incertidumbre la tuvieron las empresas en el siglo pasado, en pleno auge de la innovación, el desarrollo y las necesidades imperiosas del crecimiento y los planes estratégicos. En un mercado que se hacía cada vez más global y competitivo, las corporaciones entendieron que no podían dejar a la intuición sus planes de futuro. No podían depender de lanzar sus nuevos productos y “a ver qué pasa”. Así, en los años sesenta, Albert S. Humphrey, en el Instituto de Investigaciones de Stanford, creó un método que bautizó como SWOT, por sus siglas en inglés, y que en español conocemos como DAFO: Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades. Una sencilla herramienta de análisis que sirvió, y sigue sirviendo hoy día, para evaluar una idea o un plan de futuro. Humphrey dio en el clavo. El DAFO comenzó a dar resultados y se empezaron a escribir sesudos libros y empezaron a aparecer variaciones de todo tipo. Pero la realidad es que el DAFO es sencillo de usar. Y es aplicable a nuestro día a día. A nuestras ideas y nuestros propios planes estratégicos de crecimiento. ¿Qué se necesita? Un lápiz. Un papel. Y buenas dosis de sinceridad con uno mismo.

Si hoy día, después de más de medio siglo, el DAFO sigue siendo la herramienta del millón de dólares es porque no solamente se limita a analizar la idea en sí, sino que también nos obliga a reflexionar acerca de aquellas cosas de nosotros mismos que pueden hacer que funcione o no. Porque un proyecto nace en nuestra cabeza, pero después deberemos ­llevarlo a la tierra, es decir, hacerlo real. Y eso nos involucra a nosotros y a nuestro entorno.

La teoría es muy sencilla y se resume en dibujar una plantilla con cuatro cuadrantes. En los superiores pondremos como epígrafes debilidades y amenazas. Debajo de las debilidades, las fortalezas, y debajo de las amenazas, las oportunidades.
El siguiente paso consiste en hacer una lista en cada uno de los cuadrantes, teniendo en cuenta que las debilidades y las fortalezas hablan de nosotros, y las amenazas y las oportunidades, de todo lo que nos rodea. Es decir, un análisis interno y uno externo que nos permitirán una mejor valoración de la idea.
Debilidades. Aquí haremos una lista de todos aquellos aspectos negativos de nosotros mismos que afecten a la idea y puedan hacerla fracasar. Si somos tímidos y hemos pensado que sería una gran idea declararnos en público, por ejemplo, nuestra timidez sería una debilidad a tener en cuenta.
Amenazas. Aquí enumeraremos aquellos aspectos que no dependen de nosotros y que pueden arruinar nuestros planes. Imaginemos que hemos planeado un viaje a París con nuestra familia que coincide con una huelga de trenes en el país vecino. Esto, claramente, es una amenaza externa.
Fortalezas. Aspectos positivos de nosotros mismos, incluso de nuestras habilidades, que creemos que repercuten en el éxito de la idea. Si antes decíamos que ser tímido es una debilidad para declarar nuestro amor en público, sin duda ser extrovertido sería una fortaleza.
Oportunidades. En este cuadrante ­reflexionaremos acerca de aquellas circunstancias que nos rodean y pueden jugar a nuestro favor. Si la huelga de trenes en Francia era una amenaza, tener un primo que preside una ­aerolínea, por poner un ejemplo, sería una oportunidad de llegar a hacer ese viaje.

Las ideas no son responsables de lo que los ­hombres hacen de ellas”
Werner Karl Heisenberg
Una vez hemos rellenado todas las partes del análisis DAFO, de nosotros depende tomar una decisión, valorar si las debilidades y las amenazas pesan más que las fortalezas y las oportunidades. Pero sea cual sea el resultado, lo que está claro es que el DAFO nos ha obligado a reflexionar. A autoanalizarnos. A hacernos preguntas. Por tanto, tenemos en nuestras manos una información muy valiosa que nos permite hacer lo mismo que hacen las empresas: trabajar para mejorar las debilidades y encontrar entornos y circunstancias donde potenciar nuestras fortalezas.
Lógicamente, y a pesar de que hemos expuesto ejemplos sencillos y cotidianos, a ninguno se nos escapa que un DAFO nos puede servir para analizar proyectos de futuro a largo plazo para valorar si aquello que hemos pensado para progresar es una buena o una mala idea. Si funcionará o no. Y sea como sea, lo que está claro es que al final, si decidimos que sí, que tenemos un proyecto que vale la pena poner en marcha, nos toca empezar. Aterrizarlo. Es decir, convertir el pensamiento en realidad. Porque una cosa es el análisis y otra muy distinta la ejecución. Y una buena idea mal ejecutada, a pesar de todas las fortalezas y oportunidades, será un fracaso absoluto.
Así, es importante:
Marcar una ruta. Como si de una expedición se tratara, marcaremos las etapas necesarias que nos han de permitir convertir nuestro pensamiento en realidad.
Establecer un calendario. Marcar fechas de realización posibles. Si no somos ­realistas, nos agobiaremos y abandonaremos la idea; pero si demoramos demasiado su realización puede ser que perdamos interés.
Los pequeños grandes detalles. El diablo está en los detalles, dice un refrán anglosajón para advertirnos de cómo las pequeñas cosas son más importantes de lo que su tamaño indica. Y es verdad. En la mayoría de ocasiones la línea que separa el éxito y el fracaso es tan pequeña como el más nimio de los detalles.
Aprendizaje. Si hemos seguido todo el proceso, desde el DAFO hasta el cuidado de los pormenores, es más que posible que hayamos puesto las bases para que la idea funcione. Pero seguro que a lo largo del proceso saldrán áreas de mejora personal que nos servirán para aprender y hacer que la siguiente idea aún funcione mejor.

El DAFO de Esopo

Dos ranas vivían en una charca que se secó y tuvieron que buscar otro hogar. De repente vieron una corriente profunda, con agua abundante y alimento suficiente. Una de las ranas no se lo pensó y dijo: “Aquí tenemos todo lo que necesitamos para vivir”. Pero la otra rana replicó: “Supongamos que nos quedamos sin agua, ¿cómo podremos salir de una profundidad tan grande?”.

Esta fábula de Esopo nos demuestra que es mejor no dejarse llevar por la primera impresión. En este caso, la rana hizo un DAFO y detectó una amenaza (la posibilidad de quedarse sin agua) y una debilidad (su incapacidad para saltar desde tanta profundidad).

texto para el alma 153



Es una pena que, con los años, te separes del mundo. Desafortunadamente no crecí en un entorno docto y mi evolución, cada día, camina más sola. Familia y compañeros gozan con conceptos de supervivencia lo que me impide debatir mis dudas. La soledad, siempre ella completa mi existencia pues con su silencio enciende la luz de mi curiosidad. Reflexión en los capuchinos de Pompeia. 
Julio 2014

LA GENTE SIEMPRE HA TRATADO DE CAMBIAR A LOS DEMÁS PARA RESOLVER SUS PROBLEMAS, PERO ESO NUNCA HA FUNCIONADO.


El laberinto de los problemas

¿Por qué una misma situación puede ser normal para unos y un conflicto para otros?

Cualquier dilema requiere abandonar prejuicios y ser creativos para encontrar soluciones

Una persona se encuentra a un amigo y le confiesa: “Soy muy desgraciado, tengo muchos problemas”, a lo que su amigo responde: “¡Hombre, pues no los tengas!”. Cuando una persona atraviesa por un momento así, seguro que esta contestación no le hace ninguna gracia, pero si se parase a reflexionar, descubriría que las complicaciones acaban convirtiéndose en una “posesión”, que, según decía el psicólogo Sigmund Freud, algunos de sus pacientes se resistían a soltar o mejorar debido a las “ventajas ocultas” que todo problema conlleva. Veamos cómo se crean, se resuelven y se deja de tener tantos conflictos cotidianos…
Los humanos parecemos destinados a afrontar toda clase de contratiempos en una sucesión inacabable de dificultades. Cuando una parece resolverse, aparece otra y otra más. Incluso, a veces, parece que todas se presentan de golpe en nuestra vida. Surgen en tantos aspectos de la vida, y en formas tan variadas, que hacen sentir impotencia a quien los padece.
Cada una de esas dificultades suele tener una apariencia distinta, en un ámbito de la vida diferente. Muchas parecen estar causadas por factores externos al margen de lo que uno pueda hacer o dejar de hacer; una sucesión de golpes de mala suerte. Vistas las cosas así, no es extraño que la ansiedad sea la patología crónica de nuestros tiempos.

La gente siempre ha tratado de cambiar
a los demás para resolver sus problemas, pero eso nunca ha funcionado”
Byron Katie
Todos deseamos una vida libre de obs­táculos, llena de paz interior y serenidad… y, sin embargo, parece que hacemos todo lo posible para lograr exactamente lo opuesto. Cuántas veces nos descubrimos encaminados, de manera inconsciente, por supuesto, hacia lo contrario a lo que sabemos deberíamos elegir para ser más felices.
Pero ¿y si usáramos la palabra “problema” con excesiva alegría? ¿Y si confundiéramos acontecimientos, realidades, sucesos naturales… con conflictos? Por ejemplo, ¿el hecho de que llueva es un inconveniente?, ¿lo es hacerse mayor?, ¿la vida es un dilema a resolver? El uso y abuso del concepto problema puede confundirnos entre lo que realmente es y valoraciones subjetivas. Es bien cierto aquel aforismo de que aquello que se cree un problema, acabará siéndolo; y aquello que no se considera como tal, no lo será.
La creatividad e inventiva humana para elaborar complicaciones es infinita. La conclusión a la que se puede llegar es que hace falta antes que nada reconocer cuál es el verdadero dilema antes de que pueda ser resuelto. Esto es, ¿y si un supuesto “problema” se pudiera resolver con apenas identificar su grado de realidad? O mejor: ¿de verdad lo es?

“El mundo es un espejo: lo que sientes por dentro te contempla desde fuera. Y por eso no puedes mejorar tu trabajando sobre los aspectos exteriores. Si la gente de la calle te parece hostil, el cambiar de calle no resuelve nada. Si no se te respeta debidamente en tu trabajo, el cambiar de empleo tampoco es la solución. Muchos lo hemos aprendido al revés: ‘Si no te gusta tu empleo, búscate otro’, nos han dicho. ‘Si no te gusta tu esposo, cambia de esposo’. A veces, cambiar de empleo o de pareja es oportuno, pero si no cambias tú también, cuando vuelvas a empezar probablemente será lo mismo”.

Sigue los dictados de tu corazón, de Andrew Matthews.
Existen diferentes tamaños de dilemas según su grado de dificultad. En muchos casos, estas aparentes diferencias provienen de la persona que los padece en función de su grado de apego al mismo o del vínculo emocional que establece con él. Pero el tamaño no es una propiedad inherente, sino una valoración personal de quien lo sufre. Es algo que comprobamos cuando una misma situación es calificada de complicada o sencilla por personas diferentes.
Pensar que el problema son los demás es en sí mismo un conflicto. Aunque otras personas pueden crear una situación o participar en ella, en realidad quien la percibe como un inconveniente es quien tiene la llave para resolverla.
Se ha dicho que los conflictos consisten en las “historias” que nos contamos acerca de cómo suceden las cosas. Y que cuando las personas cuestionan sus relatos o referencias –lo que se cuentan y sus creencias– pueden llegar a una percepción de los hechos diferente. ¿Y si la naturaleza de los dilemas dependiese de lo que nos repetimos una y otra vez?, ¿y si el efecto repetitivo convierte en “verdad” lo que solo es una interpretación?
Tal vez sea más conveniente abandonar la discusión con la realidad –acerca de cómo son las cosas o cómo deberían de ser– antes que tratar de solucionarla.
En las antiguas tradiciones de sabiduría de Oriente se dice que los sucesos mundanos no tienen más sentido que el que las personas les dan, porque los acontecimientos son carentes de un significado concreto. Ellos lo llaman “vacuidad”. Lo cual no significa que todo carezca de significado. Según ellos, la interpretación establece el significado. O lo que es lo mismo: la valoración de una situación como problemática es lo que la convierte en tal.
Se podría decir que un problema es como la pantalla en blanco de un cine. Es neutra, y solo la proyección del significado que se le asigne lo define como tal. Así, un mismo suceso, por ejemplo, cómo hablar en público, puede ser un inconveniente para unos, pero no para otros. Hablar en público puede ser un gozo o una tortura en función de quién vive la situación.
¿Qué es más verdad: tenemos muchos problemas o tenemos las soluciones, pero que no nos gustan?
Ningún dilema se puede resolver desde dentro del conflicto, como dijo Einstein. Ya que en esta situación es muy difícil encontrar respuestas porque la densidad de las emociones impide la claridad de ideas. Como hacen los científicos, lo innovador es buscar la solución en otro nivel de pensamiento, donde el problema se resuelve. A veces, incluso, en ese nuevo nivel el problema ni siquiera existe. O dicho de otro modo: se resuelve para siempre.


La primera regla para solucionar un problema es cuestionar todo lo que sabemos acerca del mismo porque toda creencia previa puede ser “parte del problema”. Se trata de “ser nuevo” ante la situación que denominamos con este nombre. Como si fuera la primera vez y nadie nos hubiese dicho que es un inconveniente que nos generará inquietud. Este planteamiento busca la solución no tanto en lo que ocurre, sino en lo que pensamos que ocurre. Al no asumir que ya sabemos lo que está pasando, si es bueno o malo, nos abrimos a otras formas de contemplar la situación. Solo los juicios acerca de un problema hacen que este sea difícil de resolver.
Preguntarse cuál es su verdadero sentido y no dar nada por hecho o sabido conduce a un nivel de pensamiento nuevo que puede proporcionar una solución muy creativa. Dicho de otra forma: si me digo que ya sé lo que está pasando, me veo obligado aplicar las viejas recetas de siempre. Pero si lo que busco es una solución definitiva, tal vez debería preguntarme cuál es el verdadero problema o qué cambio necesito para que esto no lo sea nunca más.

Ningún problema puede ser resuelto en el ­mismo nivel de conciencia en el que se creó”
Albert Einstein
No es posible escapar de los conflictos a menos que se examinen y se cuestione el sistema de pensamiento que los mantiene activos, ya que no hacerlo así solo es un modo de protegerlos y mantenerlos sin solución.
Otro camino hacia la salida del laberinto de los problemas es dejar a un lado lo que Sigmund Freud llamó “resistencia”. Hay una parte inconsciente en nosotros que se identifica con sus vivencias, aunque estas sean dolorosas. Es lo que se conoce como ego. Estas historias personales proveen de identidad al ego, que es un constructo mental de lo que creemos ser: nuestras experiencias pasadas. Y el gran psicólogo se dio cuenta de que a pesar de su trabajo, sus pacientes no mejoraban. Llamó al deseo oculto de no mejorar de sus pacientes: “resistencia”. Y entendió que el ego reacciona con resistencia por miedo a perder esa identidad forjada, aunque esté marcada por el sufrimiento.
Lo que es seguro es que el mero entendimiento intelectual del problema y de sus causas no es suficiente para resolverlo. Es además necesario descubrir dónde está la resistencia a solucionarlo, o, como se suele decir, a soltar y dejar a un lado lo que nos inquieta.
Para acabar, y saliendo del laberinto de los conflictos, vale la pena recordar aquel viejo adagio que dice: “No hay problemas, solo hay soluciones que no gustan”, porque en ocasiones es una gran verdad.

TEXTOS PARA EL ALMA 152



Disfrutemos, AMIGOS, del descanso vacacional para tomar impulso en el caminar por nuestra existencia. Abracemos la AMISTAD, como signo del amor racional que vence nuestro origen salvaje. Así, saboreando la paz, alcanzaremos la plenitud de espíritu tan necesaria en estos momentos de duda humana.
Julio 2014
Distinguir es ver.

¡¡¡A MENUDO QUIÉN CRITICA SE CONFIESA!!!


Imposible gustar a todo el mundo


Relativizar y filtrar las opiniones de los demás es la mejor receta para neutralizar los efectos que los juicios, negativos o positivos, tienen sobre nuestra propia autoestima.

Arthur Schopenhauer ya habló de "la triste esclavitud de estar sometidos a la opinión ajena". Según el filósofo, una persona inteligente debe moderar en lo posible el sentimiento relacionado con la vanidad, o con la opinión que tienen los demás sobre nosotros: "Resulta casi inexplicable cuánta alegría sienten las personas siempre que perciben señales de la opinión favorable de otros que halaga de alguna manera su vanidad; y, a la inversa, es sorprendente hasta qué extremo las personas se sienten ofendidas por cualquier degradación o menosprecio". Schopenhauer estaba a favor de relativizar tanto los elogios como las críticas. Pero no es fácil.
Según el filósofo, "un juicio nos hiere, aunque conocemos su incompetencia; una ofensa nos enfurece, aunque somos conscientes de su bajeza"; y su particular receta consiste en "neutralizar la impresión de una ofensa por medio de encuentros con aquellos que nos tienen en alta estima". Rodearse, pues, de personas que nos quieren, nos aceptan y nos valoran, además de cultivar una buena autoestima y tener una idea justa de nuestro valor personal, puede ser un buen camino para relativizar las opiniones ajenas, que muchas veces tendríamos que filtrar, sobre todo cuando surgen de la rabia o la envidia, dos de los deportes de éxito en estas latitudes.

"La crítica suele estar más relacionada con el que la lanza que con el que la recibe: a menudo, quien critica se confiesa"

"Ni exageradamente susceptibles, ni incapaces de sentir empatía. Como siempre, el camino más sensato es la sensibilidad"
Es imposible gustar a todo el mundo. En la infancia, la sociedad corta las alas de algunos de nuestros impulsos naturales -sorber la sopa, ensuciarnos la ropa, dormirnos en los restaurantes- porque a nuestro entorno le preocupa la imagen que estaremos dando o, más allá todavía, la imagen que estarán proyectando ellos como entorno. Y gustamos a todo el mundo, pero a medida que pasan los años, la verdad desagradable asoma: es imposible gustar a todo el mundo. El psicólogo y escritor Wayne W. Dyer sostiene que un 50% de la gente con la que nos topamos es susceptible de no estar de acuerdo con nuestras opiniones. Según Dyer, cuando alguien no está de acuerdo con nosotros, o nos critica, no nos tendríamos que sentir heridos; deberíamos pensar que, simplemente, hemos topado con un miembro de ese club del 50% que piensa de manera diferente.
Ya lo dice el budismo: intentar gustar a todo el mundo nos hará infelices; y si bien es cierto que el sufrimiento es inherente al ser humano, también lo es que hay medidas paliativas que nos hacen más llano el camino. Una de esas medidas es aprender a desvincular la crítica de nuestra persona: entender que quien critica una decisión o una opinión nuestra no está criticándonos a nosotros como persona. En el momento en que alguien saca algo a la luz, ya sea en los ámbitos social, laboral, incluso doméstico o de pareja, se expone a la crítica. Por eso hay que saber encajarlas. Cuando hemos interiorizado el aprendizaje, podremos expresarnos libremente, sin miedo, incluso ante aquellos que piensan de manera distinta. Es su opinión. Otro pensará lo contrario. La crítica suele estar más relacionada con el que la lanza que con el que la recibe: a menudo, quien critica se confiesa. Confiesa sus temores, sus inseguridades, sus frustraciones.
Encontrar el equilibrio. Andar tan pendientes de las opiniones ajenas, el comportamiento de búsqueda de aprobación, puede ocasionar que nos dejemos de lado a nosotros mismos. Si eso pasa, Wayne W. Dyer asegura que llegará un momento en que confundiremos la jerarquía, llegando incluso a pensar que lo que los demás opinen de nosotros es más importante que lo que nosotros mismos opinamos. El sentido común nos dice que tampoco sería higiénico vivir al margen de la visión que los demás tienen de nosotros, porque algunas críticas pueden servirnos de espejo y de trampolín para la mejora, pero lo óptimo sería encontrar el equilibrio. Para empezar el camino hacia ese equilibrio, la psicóloga Begoña Odriozola propone que nos descentremos del yo, que salgamos y conozcamos otras culturas: así entenderemos que existe la diversidad y que, en realidad, la vida tiene tantos matices como personas.
A la vez, y aunque parezca una paradoja, los expertos proponen centrarse en uno mismo: saber con claridad quiénes somos y concedernos, además, el derecho a ser imperfectos. Porque depender únicamente de las opiniones ajenas puede hacernos acabar totalmente confundidos, fluctuando en función de las críticas o los elogios. El cineasta Woody Allen nunca lee las críticas a sus películas: "Porque cuando son buenas, te envaneces, y cuando son malas, te deprimes. Antes solía leer lo que escribían sobre mí, pero dejé de hacerlo porque no hay una distracción que te sirva de menos; es absurdo leer que uno es genio de la comedia o que actúa de mala fe".
La persona demasiado susceptible tiende a valorar la opinión de los demás por encima de la propia y suele ser muy permeable a las críticas y los elogios: personas altamente sensibles, que pueden caer en el victimismo extremo e interpretar cualquier comentario, incluso una mirada, como una ofensa. Los susceptibles suelen ser personas desconfiadas, con una autoestima baja, y eso les hace parecer enemigos del mundo, cuando en realidad son enemigos de ellos mismos. Lo más habitual es que su hipersensibilidad los aísle del mundo, que pierdan amistades y que les cueste adaptarse a cualquier empresa. Pero son ellos los que más sufren: como dijo Leonardo da Vinci, "allí donde hay más sensibilidad, es más fuerte el martirio".
preferencias en lugar de necesidades. Además, las personas demasiado susceptibles giran en torno a creencias irracionales que tienen totalmente interiorizadas. Creen que necesitan la aprobación y el amor de todo su entorno para sentir que valen algo, y eso es una fuente de ansiedad, porque queda claro que no podemos gustar a todo el mundo. La psicóloga Mercè Conangla asegura que la manera de corregir este tipo de pensamiento destructor es transformar las necesidades en preferencias, y aceptar que hay cosas que no dependen de nosotros. Está a nuestro alcance ser honestos con nosotros mismos, por ejemplo, no traicionar nuestras creencias más íntimas, ni nuestros valores; pero no está en nuestras manos gustar a la gente.
Lo dicho es fácilmente comprensible a nivel teórico, pero una persona susceptible valora mucho más la opinión ajena que la propia, de manera que será capaz incluso de traicionarse a sí misma si cree que eso le reportará más aceptación del exterior. Y ésa es otra de las más evidentes fuentes de infelicidad.
La psicóloga utiliza una imagen impactante para entender lo que queremos decir cuando hablamos de personas susceptibles: es como si a esa persona le faltara la piel, y que por eso todo le duele, por eso vive sufriendo. El extremo contrario, Conangla lo sitúa en las personas que no son capaces de sentir empatía, o solidaridad, a las que todo lo que se diga sobre ellas o sobre el mundo que les rodea les resbala. Por eso el camino del medio es, como siempre, el más sensato: la sensibilidad. Y eso es algo que se ha de construir a partir de herramientas brindadas por experiencias vitales que recolectamos y que nos van enseñando a solidarizarnos y a aislarnos a partes iguales. La vida, según la psicóloga (más ponderada que su colega Dyer), nos enseña lo que ella llama la teoría del 10%, es decir, aceptar que al menos a un 10% de la gente con la que nos vamos a cruzar durante el día no le vamos a gustar, o nos va a juzgar, o nos mirará mal. A veces lo notaremos, otras no. Aceptarlo, igual que aceptamos la diversidad de la vida, forma parte del juego social.
Ferran Ramón-Cortés, experto en comunicación interpersonal, matiza que las personas a menudo podemos presentar comportamientos susceptibles en alguna área de nuestra vida, pero no en todas. Es posible que allí donde nos sintamos más inseguros, o más desprotegidos, o allá donde nos hayan hecho más daño, todas nuestras alarmas se disparen hasta el punto de convertirnos en una persona susceptible. Eso, según Ramón-Cortés, se puede eliminar trabajando la autoestima y la seguridad personal. Si empezamos un nuevo trabajo y tememos equivocarnos y eso nos vuelve susceptibles, llegará un momento en que nos equivocaremos de verdad y nos daremos cuenta de que no ha pasado nada, que el mundo sigue girando. Tras el error irán pasando los días y veremos que cada vez somos mejores en nuestro trabajo, o nos desenvolvemos mejor en las relaciones personales, y la susceptibilidad se irá diluyendo.

EL INFIERNO ES DESPERTAR CADA DÍA Y NO SABER QUÉ HACES AQUÍ


Busquemos nuestra vocación profesional 


 Averiguar qué es lo que despierta nuestra pasión y potencia el talento oculto. Después, el sentido profesional se consigue aportando valor añadido a través de una función que sirve y enriquece a la sociedad.

Muchos historiadores coinciden en que se trata de una nueva forma de esclavitud, mucho más refinada que la de épocas anteriores. Según el portal de ofertas de empleo Monster, el 15% de la población activa española dedica más de 50 horas semanales a su profesión, el 50%, 40 horas; el 25%, entre 25 y 40 horas, y el 10% restante, menos de 25 horas. Todo ello sin contar horas extra, el tiempo destinado a comer o los desplazamientos.

"Cuando la profesión se desempeña para satisfacer necesidades personales, muchos piensan que lo que hacen no tiene sentido"

"El verdadero éxito implica hacer lo que amamos, amar lo que hacemos y concebir la profesión con vocación de servicio"
Sin embargo, estar en el trabajo no es lo mismo que estar trabajando. Al ser tratados como máquinas sin necesidades ni sentimientos, la gran mayoría de españoles sufre su jornada laboral de cuerpo presente y mente ausente. Pero quien se desconecta de su corazón durante tantas horas, tantos días a la semana y tantos meses al año, corre el riesgo de convertirse en un autómata que existe, produce y consume por pura inercia.
LA MONOTONÍA COMO SÍNTOMA
"El infierno es despertar cada día
y no saber qué haces aquí"
(Frank Miller)
Dado que en nuestra sociedad todavía prevalece el paradigma "del tener y del hacer", en general consideramos que lo importante es "lo que tenemos", no "lo que somos". Y esta creencia condiciona "lo que hacemos". Para muchas personas, el trabajo absorbe gran parte de su tiempo y energía; y se margina el resto de las dimensiones de la vida en pos del dinero, la respetabilidad, el poder y la fama.
Para otros, estas metas externas no forman parte de sus prioridades cotidianas, con lo que en vez de vivir para trabajar, trabajan para vivir. Sus motivaciones laborales consisten en garantizar su seguridad y estabilidad económicas; perciben el trabajo como un trámite para pagar sus facturas. De ahí que se interesen, sobre todo, en la cantidad que cobran a final de mes, así como en el horario a cumplir.
En los dos casos, la función profesional se desempeña como un medio para satisfacer necesidades y deseos personales. Apenas se tiene en cuenta la finalidad de dicha actividad en su relación con el resto de seres humanos y el entorno medioambiental del que todos formamos parte. Al negar su parte trascendente -la que va más allá y a través de cada individuo-, muchos terminan por reconocer que lo que hacen no tiene sentido.
Y dado que el trabajo ocupa casi un tercio de la vida, terminan por llevarse el malestar a casa. Los psicoterapeutas contemporáneos lo denominan "vacío existencial", y se caracteriza por experimentar la vida como algo gris, monótono e insípido. De ahí que triunfe la cultura del entretenimiento -encabezada por la televisión-, que permite que la sociedad pueda saciar su necesidad de evadirse de la realidad en todo momento.
LA DECADENCIA DEL EGOÍSMO
"Quien sigue al rebaño acaba pisando excrementos"
(Darío Lostado)
El cambio y la evolución son lo único que prevalece con el paso del tiempo. Sin embargo, los seres humanos nos resistimos constantemente a este fluir natural de la vida. Prueba de ello es la manera en la que nos estamos enfrentando a la crisis financiera actual, que para muchos expertos pone de manifiesto una crisis mucho más profunda, relacionada con nuestro estilo de vida, nuestras creencias, nuestros valores y nuestra inconsciencia.
Al hablar de "crisis" solemos obsesionarnos con aquello que escapa a nuestro control, permitiendo que nos invada la incertidumbre, el miedo y la inseguridad. Con ello fortalecemos nuestro arraigado sentido de conservación e inmovilidad existencial. Así, en vez de ver e interpretar la crisis como nuestra enemiga, hemos de comprender que se trata de un proceso totalmente necesario: es el escenario donde se fraguan las transformaciones que nos permiten seguir creciendo individual y colectivamente. De ahí que sea mucho más eficiente ver la situación actual como una oportunidad para atrevernos a cambiar y evolucionar como personas y, en consecuencia, como profesionales.
Se dice que el maestro aparece cuando el discípulo está preparado. Es decir, que las cosas suceden justo cuando tienen que suceder. Como sociedad, poco a poco estamos tomando conciencia de la insostenibilidad del sistema, así como de la decadencia de la filosofía y los valores imperantes, basados en el individualismo, en el egoísmo, en trabajar solamente para nuestro propio beneficio (y el de los nuestros) sin importarnos todos los demás... Por más que nos resistamos y nos aferremos al pasado, es hora de cambiar en el presente para alinearnos con el futuro que viene.
Algunos economistas aseguran que se avecinan cambios y transformaciones imparables e irreversibles. Nos estamos acercando al despertar de un nuevo paradigma basado en "lo que somos", relegando a un segundo plano "lo que tenemos". Y las consecuencias de este salto evolutivo se verán reflejadas precisamente en "lo que hacemos".
Los sociólogos, por su parte, afirman que el puente entre estas dos maneras de pensar, de ser y de actuar se construirá por medio de la responsabilidad y el liderazgo personal. Aunque nos hayan hecho creer que somos víctimas de nuestras circunstancias, y que lo mejor que podemos hacer es conformarnos para evitar nuevas frustraciones, en última instancia gozamos de libertad para tomar decisiones y elegir conscientemente nuestro camino en la vida.
DEL TENER AL SER
"Se ríen de mí porque soy diferente. Yo me río de ellos porque son todos iguales"
(Kurt Cobain)
Para saber si estamos preparados para encarnar el cambio que queremos ver en el mundo, los psicólogos y coachs especializados en orientación profesional suelen formular las siguientes preguntas: ¿Cómo te levantas y encaras los lunes por la mañana? ¿Lo haces con vitalidad, entusiasmo y alegría? ¿O más bien con desgana, frustración y resignación? ¿Disfrutas de tu profesión y das gracias por poder desempeñarla? ¿O sueles quejarte y lamentarte por tus actuales condiciones laborales, deseando que llegue el viernes cuanto antes? ¿Sueles mirar el reloj mientras trabajas? ¿O más bien pierdes por completo la noción del tiempo?
Entre otras cuestiones, estos expertos también promueven otro tipo de reflexiones, interesándose por aspectos más intangibles y relevantes: ¿Tu profesión ayuda y beneficia realmente a otros seres humanos? ¿Atiende y cubre alguna de sus necesidades básicas? ¿Tiene algún sentido lo que haces? ¿Qué es lo que te retiene en tu actual puesto de trabajo? ¿Qué perderías si lo dejaras? ¿Y qué ganarías si te atrevieras a abandonarlo? Y por último y tal vez más importante: ¿Qué harías si no tuvieras miedo?
EL SENTIDO DEL TRABAJO
"La vida nos exige una contribución, y depende de cada uno de nosotros descubrir en qué consiste" (Viktor Frankl)
Aunque no es nada fácil enfrentarse a uno mismo, cada vez más seres humanos están siendo coherentes con las respuestas que obtienen en su interior. De ahí que se esfuercen en concebir su función laboral como una oportunidad para contribuir con su granito de arena en la evolución consciente de la humanidad. Desean construir valor a través de sus valores, y disfrutar de otro tipo de riquezas menos materiales creando riqueza real para la sociedad.
Muchos han descubierto que no hay nada más gratificante que poder ofrecer, dar, servir y contribuir de una u otra forma a mejorar la vida de los demás. Y es precisamente este poder el que andan buscando. Más allá de concebirse como un fin en sí mismos -dando lugar a la peligrosa enfermedad del "egocentrismo"-, parte de su profesión consiste en "trabajarse a sí mismos" para ser medios al servicio de los demás. Sólo así es posible despertar y potenciar el altruismo que anida en lo más profundo de cada corazón humano.
Eso sí, para poder ejercer nuestra profesión con este sentido trascendente, primero hemos de descubrir quiénes somos (cuál es la verdadera esencia que se oculta tras la máscara que nos ha sido impuesta por la sociedad); qué nos hace vibrar (qué materias o áreas de la realidad nos ilusionan y apasionan), y por último, qué formación -tanto académica como autodidacta- podemos adoptar para potenciar nuestras virtudes y nuestros talentos innatos.
REDEFINIR EL ÉXITO
"¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mateo 16:26)
El objetivo de este autoconocimiento y desarrollo personal es dar lo mejor de nosotros mismos a través del ejercicio de una profesión útil y con sentido, lo que a su vez repercute directamente sobre nuestro bienestar emocional. Ya lo afirmó el filósofo Voltaire: "He decidido hacer lo que me gusta porque es bueno para mi salud". Para lograrlo, hemos de echar un vistazo al mercado y ver qué podemos aportar en este momento a la sociedad. Así, el cambio de paradigma que surge al descubrir y alinearnos con nuestra verdadera vocación profesional consiste en concebirnos como lo que en realidad somos, la "oferta", y no la "demanda", como tan acostumbrados estamos a vernos.
La finalidad de este viaje hacia dentro es redescubrir qué es para cada uno de nosotros el "éxito". Según los dos filósofos más destacados del management actual -Steven Covey y Fredy Kofman-, en la nueva economía que se avecina el verdadero éxito implicará tres cosas: "hacer lo que amamos" (estrechamente relacionado con lo que somos en esencia, de ahí que nos apasione y nos haga vibrar), "amar lo que hacemos" (vivir nuestra función con coraje, compromiso y entusiasmo, lo que depende, sobre todo, de la actitud) y concebir dicha profesión con "vocación de servicio", siendo muy conscientes de que la auténtica felicidad brota de nuestro interior al hacer felices a los demás. De ahí que el poeta y filosofó hindú Rabindranath Tagore expresara que "quien no vive para servir no sirve para vivir".

EL ÉXITO MÁS ALLÁ DEL ÉXITO

Lo paradójico de las personas que han logrado alcanzar el denominado "éxito más allá del éxito" -ser felices en todas las áreas de su vida, incluyendo, por supuesto, la dimensión profesional- es que no conciben su función laboral como un trabajo. Más bien la disfrutan como algo que forma parte de lo que son, alegando que no podrían hacer otra cosa en la vida. Además, al dedicarse a lo que les gusta y apasiona, inevitablemente lo hacen mejor que la mayoría, poniendo toda su imaginación, creatividad y entusiasmo al servicio de una actividad necesaria, útil y llena de sentido. De ahí que a medio plazo reciban como recompensa un salario más que digno, el cual ya no es el centro y el objetivo de sus vidas.

SI NO PUEDES CAMBIAR TU DESTINO, CAMBIA TU ACTITUD



Cuidar las relaciones

Las personas nos nutren, pero con frecuencia no les dedicamos el tiempo necesario

Debemos huir de encuentros rutinarios, cuidar los detalles y cultivar las buenas conversaciones

Las relaciones son fuente de felicidad y de sufrimiento. Encontramos felicidad en una buena amistad, un buen amor, una conversación, un compartir íntimo y lleno de sentido o en una aventura compartida. Todo esto nos nutre. Sin embargo, las relaciones también son las que más sufrimiento nos causan. Debido a malos entendidos, riñas y conflictos, pueden suponer una causa de pesar constante. Desafortunadamente, a veces es la pérdida de un ser querido la que nos hace sentir que quizá deberíamos haber cuidado más la relación. Cuántas veces hemos escuchado que en el lecho de muerte, las personas se arrepienten de no haber cuidado mejor a sus amistades o familiares, de no haber dedicado más tiempo a conversar y a estar con ellos. “Muy pronto en la vida es demasiado tarde”, dice Marguerite Duras.
A veces cuidamos más las relaciones en momentos difíciles. En cambio, en momentos mejores podemos caer en dar por supuesto que uno ya tiene a esa persona, sea marido, esposa, amigo, colaborador. Y entonces deja de sentirle, de cuidarle, de estar más atento a su presencia y a lo que le ocurre y necesita. Cuando se inicia una relación se cuidan los detalles. Con el tiempo, cuando uno ya ha integrado a esa persona en su círculo relacional cercano, a menudo deja de cuidarla con atención. No escucha, no dedica tiempo, no percibe si la otra persona está pasando por momentos delicados.
Si no puedes cambiar tu destino,
cambia tu actitud”
Amy Tan
Cuidarnos unos a otros es esencial para que las relaciones florezcan. Somos seres relacionales. Las personas dan sentido a nuestro ser y hacer. Nos construimos con el otro. Las relaciones se convierten en un proceso de revelación propia y ajena, en las que uno se descubre a sí mismo descubriendo al otro.
¿Qué hace que las relaciones prosperen? “El poder personal no se puede desarrollar ni sostener si la persona no logra ver a otros y sentirse vista por los demás, valorados y valorar. Ésta es la dinámica relacional central, la fuente que permite vivir plenamente” (Joan Quintana).
Si las amistades y las relaciones son tan importantes, es una prioridad cultivar una actitud apreciativa y prestar atención a no caer en la trampa de las expectativas, plantear las conversaciones necesarias, escuchar, estar por el otro, no evitar el conflicto sino afrontarlo mediante la comunicación no violenta, acompañar en el sufrimiento y dedicar el tiempo necesario. Veamos cada uno de estos aspectos.
Cuando estamos muy cerca de alguien y creemos que le conocemos bien, podemos caer en el hábito de fijarnos más en lo que no nos gusta y nos acostumbramos a quejarnos. Dejamos de apreciar el valor que nos aporta. Tenemos la sensación de que es el otro el responsable de nuestra insatisfacción.

Cuando uno se queja de algo es porque le importa. Si no le importara, ni prestaría atención, ni dedicaría energía a protestar. Cuando recibimos un reproche de alguien cercano, merece la pena ver qué es lo que realmente nos está diciendo. Detrás de las frustraciones hay un anhelo no cumplido. ¿Cuál es? ¿Qué es lo que realmente quiere la otra persona? ¿Hasta qué punto podemos satisfacerlo o cómo hacerle aterrizar en la realidad de lo que somos y podemos ofrecer? Cuando las quejas son nuestras, podemos reformularlas para expresarlas como una petición, un anhelo, en vez de con rabia o intención de culpabilizar.

Hay veces que la frustración es fruto de darse cuenta del autoengaño en el que uno ha vivido respecto a una relación. Aparece la decepción. La persona se cae definitivamente del pedestal: no es como pensaba que era. En esos casos, cuidar la relación implicaría procurar que la separación sea lo más ética y respetuosa posible. Siendo consciente de que es bueno salir del espejismo en el que se estaba. Es una liberación incluso mientras causa dolor. En estos casos, a veces, la relación que más tenemos que cuidar es la que mantenemos con nosotros mismos. Cuidarnos para no caer en la desesperación ni en la depresión. Necesitamos escuchar y escucharnos. “El cuidado de uno mismo es la condición de posibilidad para ­ar­ti­cular correctamente atender a otro” (Francesc Torralba).
Plantear las conversaciones necesarias. Uno de los factores clave del cuidado de las relaciones radica en tener las conversaciones acerca de los temas que importan con las personas que nos importan. Estar presentes y disponibles para conversar, dialogar y aclarar. ¿Qué facilita un buen diálogo? La actitud apreciativa, de escucha y de plantear con claridad y respeto nuestras peticiones. Nos cuesta conversar cuando la relación es fuente de frustración y de quejas. Las quejas, decía, son peticiones encubiertas, y las frustraciones suelen ser sueños o anhelos no cumplidos. Por tanto, para facilitar encuentros que nos permitan un acercamiento, podemos preguntar qué es lo que la persona realmente quiere, y hablar desde ese aspecto y no de lo que no se quiere.
Al charlar sobre los anhelos, abrimos las puertas a una conversación generativa que nos ayuda a aclarar lo que deseamos y hacia dónde queremos ir. En cambio, si nos focalizamos en lo negativo con un discurso de lo que falta, nos anclamos en la queja y no vemos ni nos abrimos a imaginar soluciones.
A menudo vamos tan deprisa que cuando hablamos con otra persona, lo hacemos de forma rutinaria y aburrida, sin chispa. No somos comunicadores creativos. Vemos la relación como una irrupción en lo que teníamos previsto, en nuestros planes no entraba la presencia del otro. Planificamos reuniones y acciones, lugares y horarios. Si vivimos aferrados a lo que hemos planificado, dejamos de escuchar las señales que nuestro cuerpo y el momento nos dan. Vivimos en la mente planificadora que quiere lograr sus objetivos.
Percibe la verdadera situación del otro,
ya que de lo contrario quizá le ofrezcas algo
que le haga infeliz”
Thich Nhat Hanh
A veces nos forzamos a cumplir los planes que nos hemos marcado y los compromisos que hemos adquirido. Otras veces nos obligamos a seguir los horarios impuestos por otros. Vamos tirando del carro sin parar, sin respirar a conciencia ni escuchar. Las personas pasan por nuestro lado o las tenemos delante, y no hay tiempo para ellas porque debemos cumplir con nuestros planes. Así, la vida va pasando. Compromisos cumplidos, pero oportunidades y encuentros perdidos. Paseos no compartidos, conversaciones no mantenidas, personas no atendidas, oportunidades desperdiciadas de reencuentros con el otro, porque teníamos que hacer otra cosa marcada por el plan. Cuando actuamos de esta manera, nos instalamos en las planificaciones de la mente y queremos que la realidad las cumpla. En cambio, si vivimos estando presentes en el momento, abrazaremos estos encuentros.
Un amigo mío que trabaja en banca desde hace 38 años me comenta su experiencia a raíz de un cambio de actitud que le aportó un gran crecimiento personal e incrementó su motivación para ir a trabajar. Sintió que cada encuentro con el cliente era de hecho la oportunidad de un hallazgo personal real. Por ello, nos explica, cada vez que recibe a alguien lo convierte en una verdadera re-unión. En ese momento, lo más importante es estar presente con quien tiene enfrente. Así la persona se lleva algo más que una solución financiera.
Cuando alguien está delante de otra persona, pero su mente está en el pasado o en el futuro, en lo que tiene que hacer luego o en lo que pasó antes, no está presente y la comunicación que se establece es pésima, porque ni escucha ni habla. Se pierde la oportunidad de un encuentro real y se queda en uno común, ordinario, sin nada nuevo ni especial.
Sea consciente de que su presencia y ­actuación influyen. Crea en sí mismo. Recuerde que el poder está en lo que ocurre en ese preciso momento. Considere sagrado cada encuentro con alguien e incremente esa actitud de interés único, sea quien sea la persona que está frente a usted. Si está con un cliente, esté plenamente con él. Si es su hijo, entréguese completamente. Haga que cada persona con la que tenga oportunidad de encontrarse sienta que es la más importante para usted en ese momento. Conviértalo en una experiencia inolvidable. Comparta lo mejor de sí mismo. Dele sentido a la conversación y evite huir con conversaciones superfluas y miradas distraídas. Haga que su persona y su ser aporten diferencia, calidad, cuidado y claridad.

Apreciar y confiar

El mejor cuidado lo manifestamos en entornos de confianza. En ocasiones surge la dificultad de confiar en nuestros colaboradores. Dominan los miedos, en especial cuando se siente que hay mucho que perder. Desde el miedo es difícil asumir riesgos y plantear conversaciones para llegar a acuerdos. Para recuperar la confianza necesitamos valorar lo que tenemos delante. Como explico en el libro Indagación apreciativa, “cuando apreciamos, avanzamos: nuestra mente se abre a recibir, a reconocer nuevos datos y aprender. Apreciando sentimos asombro y curiosidad, descubrimos lo mejor de lo que es y nos abrimos a ver lo que podría ser”. Apreciar con esfuerzo apasionado y absorbente nos ayuda a generar una imagen positiva del futuro que deseamos. “Cuando apreciar al otro se convierte en una actitud vital, incrementamos la calidad de nuestras relaciones y contribuimos a que se manifieste lo mejor de las personas.”

¿LA ESPIRITUALIDAD ES RELIGIÓN?



AQUELLO QUE LLAMAMOS ESPIRITUALIDAD.

Si llamamos a la iniciación y cultivo de la dimensión absoluta de la realidad “espiritualidad”,habrá que concluir que en las sociedades dinámicas espiritualidad será imposible si no se diferencia con toda claridad la copa –que es nuestra exclusiva responsabilidad- del vino.
La iniciación religiosa consistirá en aprender a sutilizar las facultades hasta llegar a reconocer la finura del vino. Sólo cuando se aprende a gustar del vino se llega a saber que no es la copa, aunque esté contenido sólo en las copas que construyen nuestras manos.
Cuando leemos a los maetsros y estudiamos las tradiciones religiosas desde la situación de las sociedades dinámicas, podemos comprender, con toda claridad, que su enseñanza es de una fascinante sencillez: tenemos un doble acceso a la realidad, uno en función de nuestras necesidades y otro absoluto.
Cuando se silencia la necesidad, y lo que ella construye, se hace accesible un nuevo e insospechado conocer y sentir desde ese silencio. Entonces podemos conocer y sentir, como testigos imparciales de esta inmensidad, que hay mundos sobre mundos en la realidad; nace con ello un nuevo e incondicional interés por todo, que se goza con todo y se reconcilia con todo.
La invitación que hacen las tradiciones y los maestros de esas tradiciones a vivir esa dimensión de la realidad no es una invitación a someterse y creer, sino verificar por sí mismo.
Por consiguiente, lo importante de las religiones del pasado está en “adónde nos conducen”, no en “los modos de pensar y sentir con los que nos conducen”; porque las formas de pensar y sentir con las que nos conducen, cambian al cambiar las culturas.
Lo central de las tradiciones religiosas no son las concepciones, los sitemas de valores en que se expresan, los sistemas míticos de representación, porque todo eso depende de factores relativos; lo fundamental es aquello que no depende de factores relativos, aunque sólo sea accesible y expresable con modos relativos.
Los mitos, los símbolos, las creencias y la totalidad de los sistemas de representación son como una escalera que nos permite subir al ámbito de lo otro. Cuando se ha alcanzado ese otro ámbito, se abandona la escalera, aunque sea preciso volver a utilizarla cuando se quiera iniciar a otro.
Las circunstancias culturales de las sociedades desarrolladas nos fuerzan a poner el acento en los procesos de transformación y refinamiento de las facultades de los individuos y de los grupos y no en la “indoctrinación”.
Por todas estas razones, creemos que, en las sociedades desarrolladas, las religiones, tal como se concibieron en Occidente durante casi dos mil años, han llegado a su fin o están en caminos de extinguirse.
Por otra parte, y de manera paradójica, se da, simultáneamente con ese decaimiento profundo de las religiones clásicas, un resurgir fuerte del interés por lo espiritual, o, utilizando términos menos ligados a una antropología del pasado, un interés por la dimensión profunda y absoluta de la existencia; una dimensión que está muy ausente de nuestra vida cotidiana.
La época de las religiones, tal como se vivieron en Occidente, va camino de su fin o, como mínimo, va camino de quedar en los márgenes de la marcha de la cultura. En la mayoría de los países desarrollados ya está en los márgenes. Pero lo que está muriendo no es la posibilidad de vivir la experiencia absoluta de la realidad, la experiencia espiritual, sino una manera cultural, venerable y milenaria, de hacerlo.
Las religiones son las formas sagradas preindustriales, que se expresan en programas mítico-simbólicos propios de las sociedades estáticas- Dichos programas se articulan como cuadros de creencias, los cuales son sistemas de dominio, de control. De sumisión y de exclusión de alternativas. En la medida en que las religiones, nacidas y desarrolladas en laépoca preindustrial, exijan a las nuevas sociedades, para acceder a la experiencia espiritual, el sometimiento a la interpretación de las realidades, a las valoraciones, a la moralidad y a los sistemas de vida esneñados por los mitos, que son programas para sociedades estáticas, las religiones serán arrastradas hacia la misma condena y falseamiento que los mitos; pasarán a la historia como lo hicieron los sistemas de vida de las sociedades preindustriales.
MCorbí

¿TODOS SOMOS UN TODO?





No olvidemos que la Emancipación nos ha puesto en el camino de la vida, para ser canales de ayuda a quienes nos rodean.
Cuando la vanidad toca nuestro corazón, comenzamos a mirar a los demás por debajo de nosotros y el que sube mucho pronto se puede caer.
Es mejor estar al lado, porque cuando tropezamos quién cerca nos tenderá la mano.

LA HUMILDAD NOS PERMITE SILENCIAR NUESTRAS VIRTUDES, PERMITIENDO QUE LOS DEMÁS DESCUBRAN LAS SUYAS.


El valor de la humildad

Soberbios, prepotentes, sabios por naturaleza, creemos que nuestra forma de vivir es la que vale Máscaras de la vida moderna que nos engañan y dificultan la posibilidad de seguir creciendo


La gran mayoría estamos convencidos de que nuestra forma de ver la vida es la forma de ver la vida. Y que quienes ven las cosas diferentes que nosotros están equivocados. De hecho, tenemos tendencia a rodearnos de personas que piensan exactamente como nosotros, considerando que estas son las únicas “cuerdas y sensatas”. Pero ¿sabemos de dónde viene nuestra visión de la vida? ¿Realmente podemos decir que es nuestra? ¿Acaso la hemos elegido libre y voluntariamente?
Desde el día en que nacimos, nuestra mente ha sido condicionada para pensar y comportarnos de acuerdo con las opiniones, valores y aspiraciones de nuestro entorno social y familiar. ¿Acaso hemos escogido el idioma con el que hablamos? ¿Y qué decir de nuestro equipo de fútbol? En función del país y del barrio en el que hayamos sido educados, ahora mismo nos identificamos con una cultura, una religión, una política, una profesión y una moda determinadas, igual que el resto de nuestros vecinos. ¿Cómo veríamos la vida si hubiéramos nacido en una aldea de un pueblo de Madagascar? Diferente, ¿no? Y entonces, ¿por qué nos aferramos a una identidad prestada, de segunda mano, tan aleatoria como el lugar en el que nacimos? ¿Por qué no cuestionamos nuestra forma de pensar? ¿Y qué consecuencias tiene este hecho sobre nuestra existencia?

El orgullo es un albañil especializado en la construcción de murallas que cuanto más nos protegen, más a la defensiva nos hacen vivir” Irene Orce
Para responder a esta última pregunta tan solo hace falta echar un vistazo a la sociedad. ¿Vemos a seres humanos felices al volante de los coches en medio de un atasco de tráfico? ¿Vemos a personas que se sienten en paz saliendo por la tele? ¿Vemos mucho amor en los campos de fútbol o en las empresas? La ignorancia es el germen de la infelicidad. Y ésta, la raíz desde la que florecen el resto de nuestros conflictos y perturbaciones. No existe ni un solo ser humano en el mundo que quiera sufrir de forma voluntaria. Las personas queremos ser felices, pero en general no tenemos ni idea de cómo lograrlo. Y dado que la mentira más común es la que nos contamos a nosotros mismos, en vez de cuestionar nuestro sistema de creencias e iniciar un proceso de cambio personal, la mayoría nos quedamos anclados en el victimismo, la indignación, la impotencia o la resignación.

Relata los años que el famoso escalador austriaco Heinrich Harrer pasó en el Tíbet. Y de cómo sus valores y aspiraciones occidentales fueron desvaneciéndose tras conocer al actual Dalái Lama y los fundamentos filosóficos del budismo.

Muchos estamos perdidos en el arte de vivir plenamente. ¿Y quién no lo está? Demasiada gente nos ha estado confundiendo durante demasiados años, presionándonos y convenciéndonos para que hagamos cosas que no nos conviene hacer para tener cosas que no necesitamos tener. Observemos los resultados que estamos cosechando en las diferentes dimensiones de nuestra existencia. ¿Qué vemos? Si nuestra vida carece de sentido, reconozcámoslo. No nos engañemos más. Si nos sentimos vacíos, asumámoslo. Dejemos de mirar hacia otro lado. El autoengaño es un déficit de honestidad. Esta cualidad nos permite reconocer que nuestra vida está hecha un lío porque nosotros nos sentimos así en la vida. A menos que admitamos que tenemos un problema, nos será imposible solucionarlo. Lo único que conseguiremos será crear nuevos problemas, cada vez más sofisticados.
La honestidad puede resultar muy dolorosa al principio. Pero a medio plazo es muy liberadora. Nos permite afrontar la verdad acerca de quiénes somos y de cómo nos relacionamos con nuestro mundo interior. Así es como iniciamos el camino que nos conduce hacia nuestro bienestar emocional. Cultivar esta virtud provoca una serie de efectos terapéuticos. En primer lugar, disminuye el miedo a conocernos y afrontar nuestro lado oscuro. También nos incapacita para seguir llevando una máscara con la que agradar a los demás y ser aceptados por nuestro entorno social y laboral.
A su vez, esta cualidad nos impide seguir ocultando debajo de la alfombra nuestros conflictos emocionales. Así, nos da fortaleza para cuestionarnos, identificando la falsedad y las mentiras que pueden estar formando parte de nuestra vida. De pronto perdemos el interés en justificarnos cada vez que alguien señala alguno de nuestros defectos. Y aumenta nuestra motivación para desarrollar nuestro potencial como seres humanos. En la medida que la honestidad se va integrando en nuestro ser, sentimos frecuentes episodios de alivio por no tener que fingir ser quien no somos.
A pesar del sufrimiento y del conflicto que vamos cosechando, en ocasiones nos cuesta mucho considerar que estamos equivocados. ¿Quién lo está? Así, solemos utilizar una serie de mecanismos de defensa para mantenernos en nuestra zona de comodidad. Entre estos destaca la arrogancia de creer que no tenemos nada que cuestionarnos, ni mucho menos algo que aprender. Así es como evitamos remover el sistema de creencias con el que hemos fabricado nuestro falso concepto de identidad.
Y lo mismo hacemos con la soberbia, que nos lleva a sentirnos superiores cada vez que nos comparamos con alguien, poniendo de manifiesto nuestro complejo de inferioridad. De ahí surge la prepotencia, con la que tratamos de demostrar que siempre tenemos la razón. También empleamos la vanidad, haciendo ostentación de nuestros méritos, virtudes y logros.
Eso sí, el gran generador de conflictos con otras personas se llama orgullo. Principalmente porque nos incapacita para reconocer y enmendar nuestros propios errores. Y pone de manifiesto una carencia de humildad. Etimológicamente, esta cualidad viene de humus, que significa tierra fértil. Es lo que nos permite adoptar una actitud abierta, flexible y receptiva para poder aprender aquello que todavía no sabemos.
La humildad está relacionada con la aceptación de nuestros defectos, debilidades y limitaciones. Nos predispone a cuestionar aquello que hasta ahora habíamos dado por cierto. En el caso de que además seamos vanidosos o prepotentes, nos inspira simplemente a mantener la boca cerrada. Y solo hablar de nuestros éxitos en caso de que nos pregunten. Llegado el momento, nos invita a ser breves y no regodearnos. Es cierto que nuestras cualidades forman parte de nosotros, pero no son nuestras.

La humildad nos permite silenciar nuestras virtudes, permitiendo que los demás descubran las suyas" Clay Newman
La paradoja de la humildad es que cuando se manifiesta, se corrompe y desaparece. La coletilla “en mi humilde opinión” no es más que nuestro orgullo disfrazado. La verdadera práctica de esta virtud no se predica, se practica. En caso de existir, son los demás quienes la ven, nunca uno mismo. Ser sencillo es el resultado de conocer nuestra verdadera esencia, más allá de nuestro ego. Y es que solo cuando accedemos al núcleo de nuestro ser sabemos que no somos lo que pensamos, decimos o hacemos. Ni tampoco lo que tenemos o conseguimos. Ésta es la razón por la que las personas humildes, en tanto que sabios, pasan desapercibidas.
En la medida que cultivamos la modestia, nos es cada vez más fácil aprender de las equivocaciones que cometemos, comprendiendo que los errores son necesarios para seguir creciendo y evolucionando. De pronto ya no sentimos la necesidad de discutir, imponer nuestra opinión o tener la razón. Gracias a esta cualidad, cada vez gozamos de mayor predisposición para escuchar nuevos puntos de vista, incluso cuando se oponen a nuestras creencias. En paralelo, sentimos más curiosidad por explorar formas alternativas de entender la vida que ni siquiera sabíamos que existían. Y cuanto más indagamos, mayor es el reconocimiento de nuestra ignorancia, vislumbrando claramente el camino hacia la sabiduría.

"UNA MENTE ABIERTA NO ESTA CONDICIONADA POR LAS LIMITACIONES DEL EGO"




"El Sabio actúa sin acción, dice sin hablar. Lleva en sí todas las cosas en busca de la Unidad. Él produce pero no posee, perfecciona la vida pero no reclama reconocimiento, y porque nada reclama nunca sufre perdida".

 “Una mente abierta no esta condicionada por las limitaciones del ego”

La mentalidad abierta se sana a sí misma de los excesos a través de su sanador interior, que le dicta el antídoto directamente a su corazón, y le dice que los excesos no son necesarios, cuando se acepta y se vive la amorosa Verdad del Espíritu, el exceso te aleja de esa verdad, porque te deja inmerso en el sufrimiento de la ilusión.
Así la persona que se ata a la ilusión, cree que ve, estando ciego, pero esta ceguera no es de los sentidos, sino del alma, porque sólo percibe la fachada, y esta disposición lo sumerge aún más a seguir atado a lo que esta fachada provee a cada individuo, para que transite esa experiencia. 
Una mente abierta se siente unida a la danza cósmica del universo visible e invisible, está aquí y allá, y la fuerza a la que llamamos Dios le da al alma, todo lo que está como herencia, dispuesto para señorearse y no para atarse, o sea para expresarse como alma. Un alma libre no se ata a los logros u obtenciones, como única vía de realización genuina, el alma sabe que todo es temporario y no eterno en este plano. 
El hombre atado estará condicionado según sus logros u obtenciones, se esclaviza a las cosas temporarias y desconoce lo eterno e infinito, de donde se origina todo lo creado.
En la sociedad en que vivimos, hasta parece tonto basarse en algo invisible y parece no lograrse nada. Pero si tenemos ojos para ver, una mente abierta se da cuenta de que esa fuerza invisible es la que reviste las cosas de este y todos los planos, es donde se originan las flores, es el antes del nacimiento de esa flor, es el antes de nuestro pensamiento y nacimiento, esa fuerza da lugar y espacio a todo lo creado. Como siempre lo que parece tonto es en lo que se basa la Paz del Maestro iluminado y lo que el sistema social no encuentra. A pesar de esto, hay que respetar las decisiones de cada uno, respetar sus tiempos y espacios, pero también es muy importante estar alertas a lo que nuestra Alma necesita y pide, mas allá del entorno en el que estemos.
No hablo de una fantasía espiritual, puesto que el espíritu no se alberga como una fantasía sino como la realidad original, hablo de saber y sentir realmente que existe, y profundizar en el encuentro de nuestro Ser Interior y dejarnos guiar por Él, para que nos dicte el camino a seguir y que nos señale dónde nuestro espíritu se sentirá en plenitud y libertad.
Ninguna relación es más real que esta intimidad con nosotros, ni ver ese espacio inexplorado y desconocido, que solo será reconocido cuando nos animemos a indagar esa parte de Dios que somos, y que es infinita e inigualable con cualquier manifestación con las que el hombre se rodea y obnubila, olvidando cual es la Verdadera Fuente de Vida .
Allí es donde se encuentran las verdades que tanto ha buscado el hombre, durante toda su estadía en este plano, una y otra vez, encarnación tras encarnación. Seguiremos allí en los laberintos o callejones, hasta que no nos demos cuenta de esto.
¿Cómo encontramos ese espacio interior? La respuesta es: ¡Sin los condicionamientos de la mente!
Es tan simple como querer entrar a una habitación estando adentro. Toda conspiración solo se encuentra en la dimensión de nuestra mente y sistema de pensamiento. No tenemos que salir a buscar nuestro interior, ¿verdad? sólo tenemos que darnos cuenta de que ya estamos dentro, con nuestra mas profunda intención de estarlo y permanecer allí. Los sentidos se multiplicarán hacia lo infinito y bello, como un profundo estado de Paz interior permanente.
Existirá quizás, la tentación salir a buscar respuestas, porque puede parecer hasta la vía más fácil para aquel que no acostumbra a sentir su interior, a escuchar su voz interna, pero estas no serán respuestas duraderas, ni darán la sensación de plenitud que se siente cuando el alma está presente en nuestra decisión. Si estamos en nuestro camino, nos daremos cuenta porque este nos conduce a nuestras respuestas profundas del alma. Alguien nos dirá lo siguiente: “El camino está dentro de ti, en tu corazón es donde tu Alma se expresa”.
El silencio es la fuente de todo sonido, el silencio es la fuente de Paz de nuestra Alma, también la libertad es la fuente. Recuerdo esa frase que dice: “Si amas algo déjalo libre”. Para activar nuestra capacidad de estar en paz, hay una forma “simple”: Deja tu mente racional totalmente libre, para hacer lo mejor que sabe hacer: pensar... y como arte de magia aparece el silencio en nuestro interior, para que el alma se exprese. Si, así. Quédate como un simple espectador que espera maravillarse con la película que esta a punto de ver, si observas te maravillaras con la perfección de nuestra mente, libérala, no la ates y veras la magia del silencio.
Inténtalo, no perderás en última instancia más que dos minutos, que es lo que te llevará activar tu espacio amoroso. Ese espacio donde somos Dios. Ninguna palabra puede alcanzar ese espacio, ninguna acción, ninguna meta, logro o resultado aparente, como el momento de regocijo del silencio, libertad para que la Paz nazca en nosotros.
Todos estamos listos y preparados para realizarlo, no hay requisitos, puesto que todos los que estamos aquí lo hacemos, todos pensamos y maravillarse, es lo que el observar produce. Todo maestro observa la Perfección y provoca la próxima manifestación del espíritu. Por esto el maestro vive en paz, y la incertidumbre no lo perturba, porque observa la maravilla de la perfección, aún en el pensamiento racional.