Verdaderamente
preciso, a menudo, vivir la soledad.
Notar su frio y palpar la ausencia.
Cuando me sitúo en el octavo banco a la
derecha de la iglesia de los Capuchinos de Pompeya, encuentro el refugio al
ruido de la sociedad. Es quizá la antesala del sepulcro (crematorio hoy en día)
pero noto ahí la plenitud existencial en el sosiego íntimo.
Desde tan modesta y anónima atalaya, veo
frecuentemente, el valle capitalista que, envuelto en sus oropeles, vive la
fantasía de poseer cuando en realidad es poseído.
¿Hay algo más me pregunto? ¿Solo debemos
existir al dictado de la naturaleza y sus postulados del YO?
No encuentro respuesta. Simplemente silencio
y soledad... ¿será acaso esa la contestación?
0 comentarios:
Publicar un comentario