INNOVAR debe ser un objetivo estratégico como el crecimiento y la rentabilidad.
Las oportunidades están en la intersección entre disciplinas y, por tanto, para innovar debemos observar más allá de nuestras fronteras. Todo ello no hablando desde la teoría sino desde la práctica.
INNOVAR es convertir ideas en valor, transformando la creatividad en resultados. Por valor hemos de entender “el cliente tiene un problema y se lo voy a resolver”.
La vida de la sociedad productiva hay que contemplarla con ojos fértiles dirigiendo la innovación hacia las tendencias del mercado. Por ello innovar es una fuente de diferencia sostenible ante el mercado.
INNOVAR es convertir las ideas en acciones productivas orientadas hacia las tendencias y necesidades del cliente.
Para innovar, se necesita evidentemente personas innovadoras que trabajen dentro de un clima óptimo para desarrollar sus cualidades. El acto creativo, innovador, es en sí mismo genuino, original, propio de aquél que lo concibe y lo lleva a cabo. En él se vuelca el saber hacer de alguien cuya identidad forma parte del propio proceso innovador. El innovador tiene un talento especial, diferente, que le hace singular y diverso al mismo tiempo.
Hoy se habla mucho de la gestión del talento y de la ventaja competitiva que supone incorporarlo a la organización. Sin embargo, trabajar con talento no es fácil, porque el talento exige más: libertad de movimientos para trabajar y rendir más, recursos a su alcance con los que se puedan lograr los ambiciosos objetivos, una carrera profesional atractiva que desarrollar, unos jefes que, en el mejor de los casos, sean una constante fuente de inspiración y aprendizaje, y, en el peor, que se aparten y no estorben, unos sistemas de valoración, reconocimiento y compensación basados en el mérito y el rendimiento.
Es posible que liderar un proceso de innovación entrañe hacer menos y no más: “Contrate a un grupo de personas inteligentes y manténgase apartado de ellas hasta que le pidan ayuda. Si les dice lo que deben hacer, lo único que logrará es que les resulte más difícil realizar un trabajo creativo” A veces, la mejor forma de dirigir es no dirigir en absoluto.
Muchas culturas y estructuras organizativas no están preparadas aún para admitir en su seno las diferencias de individuos cuyo mayor pecado es precisamente ése, ser y actuar como individuos. Unidad en los fines, diversidad en los medios; la receta parece sencilla, pero la realidad nos demuestra, por desgracia, que las corrientes organizativas son demasiado fuertes para admitir que alguien quiera seguir su propio camino.
“Quien quiera enseñarnos la verdad, que no nos la diga. Que nos sitúe de tal modo que la podamos descubrir nosotros mismos”.
Con demasiada frecuencia nos encontramos con la rigidez propia de los entes organizativos que no siempre saben admitir que las cosas pueden hacerse de forma diferente. Los dogmas organizativos son muchos y, a menudo, su único fundamento es que llevan ahí mucho tiempo y nadie los ha cuestionado seriamente. Oímos: “las cosas no funcionan así por aquí”, “eso ya lo hemos intentado antes y no dio resultado”, “¿Quién te crees que eres?”, “¿No puedes hacer las cosas normalmente como todos los demás?” No cabe duda que cuando las personas pesan más que los procedimientos, los cargos y las atribuciones, las corrientes de las ideas fluyen mejor, en cambio pierden caudal cuando el sujeto de la oración es la burocracia y los papeleos.
Al igual que al artista, al innovador le motiva la naturaleza intrínseca de la actividad que desarrolla. Se siente muy unido personalmente a su trabajo, que es como una extensión de él. Por tanto, la verdadera satisfacción de un innovador es poder avanzar en el conocimiento y aplicación de su ciencia. Por encima de todo lo que más valora es estar en un ambiente en el que pueda desafiar el estado actual de las cosas y avanzar todo lo que sus capacidades den de sí. Además la innovación tiene sentido si sirve para satisfacer alguna necesidad no cubierta hasta entonces o si, de alguna manera, contribuye a que la sociedad, en general, avance y alcance un mayor nivel de vida.
El innovador también es sensible a esta motivación de tipo trascendente que va más allá de uno mismo y cuyos efectos trascienden a otras personas. En definitiva, si las condiciones de trabajo básicas están bien cubiertas, un innovador puede ser más difícil de desmotivar que de motivar, siempre y cuando la esencia de lo que hace esté en consonancia con su personalidad e inquietud profesional. La organización en la que trabaje deberá entender el aspecto fuertemente vocacional de su actividad, poner las menores trabas burocráticas posibles y contar con supervisiones que entiendan que su misión fundamental es facilitar el trabajo de los demás.
Si tuviéramos que destacar una cualidad del individuo innovador ésta sería la perseverancia. Sabemos de personas inteligentes, incluso brillantes, a las que no le ha ido demasiado bien en la vida, conocemos gente con mucho dinero, pero desafortunadas; tenemos noticias de individuos especialmente dotados por la naturaleza para hacer grandes cosas y que no terminan de hacerlo. Pero resulta difícil ver que alguien tenaz, constante, perseverante, no acabe, de un modo u otro, alcanzando sus metas. Cualquier otro ingrediente puede estar o faltar, pero la dedicación pertinaz a la tarea, a veces de forma casi obsesiva, es la nota común de muchos innovadores.
El innovador es un aprendiz permanente. La innovación es un proceso de descubrimiento continuo, de avances y retrocesos, y si algo queda después, con independencia de que el resultado final sea mejor o peor, es un mayor conocimiento basado en la experiencia.
¿Hasta que punto en las actuales organizaciones empresariales se tiene la paciencia y la consideración necesaria con el error y con el que yerra? ¿Cuántas iniciativas mueren antes de ver la luz por el miedo, ante un posible fracaso de aquél que las tiene que impulsar? Hay que reflexionar: “si le cierras la puerta al error, la verdad se queda fuera”
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que tu viaje sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones, ni a los cíclopes, ni al colérico Poseidón. Seres tales jamás hallarás en tu camino si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos antes nunca vistos. Ten siempre a Ítaca en tu mente. Tu llegada allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje; mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te a vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas”.
Las oportunidades están en la intersección entre disciplinas y, por tanto, para innovar debemos observar más allá de nuestras fronteras. Todo ello no hablando desde la teoría sino desde la práctica.
INNOVAR es convertir ideas en valor, transformando la creatividad en resultados. Por valor hemos de entender “el cliente tiene un problema y se lo voy a resolver”.
La vida de la sociedad productiva hay que contemplarla con ojos fértiles dirigiendo la innovación hacia las tendencias del mercado. Por ello innovar es una fuente de diferencia sostenible ante el mercado.
INNOVAR es convertir las ideas en acciones productivas orientadas hacia las tendencias y necesidades del cliente.
Para innovar, se necesita evidentemente personas innovadoras que trabajen dentro de un clima óptimo para desarrollar sus cualidades. El acto creativo, innovador, es en sí mismo genuino, original, propio de aquél que lo concibe y lo lleva a cabo. En él se vuelca el saber hacer de alguien cuya identidad forma parte del propio proceso innovador. El innovador tiene un talento especial, diferente, que le hace singular y diverso al mismo tiempo.
Hoy se habla mucho de la gestión del talento y de la ventaja competitiva que supone incorporarlo a la organización. Sin embargo, trabajar con talento no es fácil, porque el talento exige más: libertad de movimientos para trabajar y rendir más, recursos a su alcance con los que se puedan lograr los ambiciosos objetivos, una carrera profesional atractiva que desarrollar, unos jefes que, en el mejor de los casos, sean una constante fuente de inspiración y aprendizaje, y, en el peor, que se aparten y no estorben, unos sistemas de valoración, reconocimiento y compensación basados en el mérito y el rendimiento.
Es posible que liderar un proceso de innovación entrañe hacer menos y no más: “Contrate a un grupo de personas inteligentes y manténgase apartado de ellas hasta que le pidan ayuda. Si les dice lo que deben hacer, lo único que logrará es que les resulte más difícil realizar un trabajo creativo” A veces, la mejor forma de dirigir es no dirigir en absoluto.
Muchas culturas y estructuras organizativas no están preparadas aún para admitir en su seno las diferencias de individuos cuyo mayor pecado es precisamente ése, ser y actuar como individuos. Unidad en los fines, diversidad en los medios; la receta parece sencilla, pero la realidad nos demuestra, por desgracia, que las corrientes organizativas son demasiado fuertes para admitir que alguien quiera seguir su propio camino.
“Quien quiera enseñarnos la verdad, que no nos la diga. Que nos sitúe de tal modo que la podamos descubrir nosotros mismos”.
Con demasiada frecuencia nos encontramos con la rigidez propia de los entes organizativos que no siempre saben admitir que las cosas pueden hacerse de forma diferente. Los dogmas organizativos son muchos y, a menudo, su único fundamento es que llevan ahí mucho tiempo y nadie los ha cuestionado seriamente. Oímos: “las cosas no funcionan así por aquí”, “eso ya lo hemos intentado antes y no dio resultado”, “¿Quién te crees que eres?”, “¿No puedes hacer las cosas normalmente como todos los demás?” No cabe duda que cuando las personas pesan más que los procedimientos, los cargos y las atribuciones, las corrientes de las ideas fluyen mejor, en cambio pierden caudal cuando el sujeto de la oración es la burocracia y los papeleos.
Al igual que al artista, al innovador le motiva la naturaleza intrínseca de la actividad que desarrolla. Se siente muy unido personalmente a su trabajo, que es como una extensión de él. Por tanto, la verdadera satisfacción de un innovador es poder avanzar en el conocimiento y aplicación de su ciencia. Por encima de todo lo que más valora es estar en un ambiente en el que pueda desafiar el estado actual de las cosas y avanzar todo lo que sus capacidades den de sí. Además la innovación tiene sentido si sirve para satisfacer alguna necesidad no cubierta hasta entonces o si, de alguna manera, contribuye a que la sociedad, en general, avance y alcance un mayor nivel de vida.
El innovador también es sensible a esta motivación de tipo trascendente que va más allá de uno mismo y cuyos efectos trascienden a otras personas. En definitiva, si las condiciones de trabajo básicas están bien cubiertas, un innovador puede ser más difícil de desmotivar que de motivar, siempre y cuando la esencia de lo que hace esté en consonancia con su personalidad e inquietud profesional. La organización en la que trabaje deberá entender el aspecto fuertemente vocacional de su actividad, poner las menores trabas burocráticas posibles y contar con supervisiones que entiendan que su misión fundamental es facilitar el trabajo de los demás.
Si tuviéramos que destacar una cualidad del individuo innovador ésta sería la perseverancia. Sabemos de personas inteligentes, incluso brillantes, a las que no le ha ido demasiado bien en la vida, conocemos gente con mucho dinero, pero desafortunadas; tenemos noticias de individuos especialmente dotados por la naturaleza para hacer grandes cosas y que no terminan de hacerlo. Pero resulta difícil ver que alguien tenaz, constante, perseverante, no acabe, de un modo u otro, alcanzando sus metas. Cualquier otro ingrediente puede estar o faltar, pero la dedicación pertinaz a la tarea, a veces de forma casi obsesiva, es la nota común de muchos innovadores.
El innovador es un aprendiz permanente. La innovación es un proceso de descubrimiento continuo, de avances y retrocesos, y si algo queda después, con independencia de que el resultado final sea mejor o peor, es un mayor conocimiento basado en la experiencia.
¿Hasta que punto en las actuales organizaciones empresariales se tiene la paciencia y la consideración necesaria con el error y con el que yerra? ¿Cuántas iniciativas mueren antes de ver la luz por el miedo, ante un posible fracaso de aquél que las tiene que impulsar? Hay que reflexionar: “si le cierras la puerta al error, la verdad se queda fuera”
“Cuando emprendas tu viaje a Ítaca, pide que tu viaje sea largo, lleno de aventuras, lleno de experiencias. No temas a los lestrigones, ni a los cíclopes, ni al colérico Poseidón. Seres tales jamás hallarás en tu camino si tu pensar es elevado, si selecta es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Pide que el camino sea largo. Que sean muchas las mañanas de verano que llegues -¡con qué placer y alegría!- a puertos antes nunca vistos. Ten siempre a Ítaca en tu mente. Tu llegada allí es tu destino. Más no apresures nunca el viaje; mejor que dure muchos años y atracar, viejo ya, en la isla, enriquecido de cuanto ganaste en el camino sin aguardar a que Ítaca te enriquezca.
Ítaca te brindó tan hermoso viaje. Sin ella no habrías emprendido el camino. Pero no tiene ya nada que darte. Aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado. Así, sabio como te a vuelto, con tanta experiencia, entenderás ya qué significan las Ítacas”.
1 comentarios:
Gran artículo y muy bien escrito. Felicidades. Espero que haga reflexionar a mucha gente porque esta texto es muy reflexivo.
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