TERTULIAS/CHARLAS SOBRE COACHING EMANCIPADOR EN EL CÍRCULO DE COACHING ESPECIALIZADO.



Periódicamente nos reunimos en "petit comité", con un aforo máximo de 10 personas, para debatir sobre COACHING EMANCIPADOR.
Son diálogos participativos para realizar una "iniciación" en la disciplina del coaching adaptada a tu universo de sueños.
Si estás interesada/o en participar GRATUITAMENTE deja tu reserva en paco.bailac@salaidavinci.es y te informaremos de los calendarios previstos.

¡¡¡Ven te esperamos!!!



ESTAMOS MUY MAL PROGRAMADOS. LA CLAVE ES EL DESAPEGO. ESTARÍA BIEN QUE EMPEZÁRAMOS POR RESTARLE IMPORTANCIA A TODO.




SOMOS UN CONGLOMERADO DE AUTOMATISMOS ANDANTES. ENTENDER A NUESTRO ROBOT INTERIOR ES EL PRIMER PASO PARA PODER ACTUAR SOBRE LA DETERMINACIÓN DE SER FELICES.

¿SER FELIZ ES UNA DECISIÓN PROPIA?

TRAS UNA CHARLA SOBRE FELICIDAD, UNA SEÑORA DE UNOS 75 AÑOS EXPLICÓ: “YO SOY FELIZ Y HACE UNOS MESES MURIÓ MI HIJA” ¡Que valiente fue haciendo esa confesión! Se expuso a que alguien pensara: “Qué poco quería a su hija”, y quizá a alguien le rondó esa descabellada idea por la cabeza. Pero con la descripción de su vivencia nos quería transmitir algo muy diferente: que la vida es así y que lo aceptaba. Esa mujer se encontraba en un nivel que nos cuesta alcanzar a la mayoría de humanos.
Un día mi madre me contó: “hoy tu hermana me ha dado unas revistas de decoración atrasadas, he encendido el fuego y me he pasado la tarde hojeándolas, ¡qué bien he estado!. Y luego me miró muy intrigada y me preguntó: “Por qué la gente no es feliz”. Me conmovió. Nos cuesta ser felices porque no podemos disfrutar de las deliciosas menudencias cotidianas. Nuestra mente está entretenida en darle giros a nuestros problemas (muchos, imaginarios). Así de simple, así de complicado.
Muchos sabios, afirman que ser feliz es una decisión. Si es cuestión de decidirse, ¿por qué, entonces, no somos todos felices?
Imaginemos un comerciante preocupado por el descenso de sus ventas. Entre ese hecho real y su reacción negativa hay un hueco. Si esa espacio lo rellenamos con “cada vez voy a vender menos, tendré que cerrar el negocio, no sé hacer nada más, qué va a ser de mí….”, la ansiedad será descomunal. Si en el hueco ponemos pensamientos más optimistas, la cosa dará un giro enorme. Pero no es tan fácil.
Aunque sea una tarea difícil, hemos de ver que allí hay un hueco; si no vemos esa rendija, es totalmente imposible tomar la decisión de ser felices. Mucha gente no ve ese espacio, y en estos casos la felicidad no es una decisión porque la persona ni siquiera ve que hay un hueco entre lo que le pasa y cómo se siente. Está ciega.
Hay personas que, sin saber cómo, han “clic” lo que significa que se han dado cuenta de ese espacio. Y, es esencial, porque a partir de allí la felicidad empieza a estar en nuestras manos y no en lo de otros o en las circunstancias externas. Una vez abierta la puerta tenemos que cruzarla y empezar a andar. Contra emociones, automatismos y programaciones. Queda trabajo por hacer, pero la puerta ya está abierta.
Moix

¿VULNERABLE, YO?



¿Sentirse vulnerable?
Todo nos lleva a despertar en nosotros la confianza de la que creemos carecer. La firmeza interior, la capacidad de afirmarnos es una fortaleza que se empieza a construir ya en la infancia, fruto de unos fuertes lazos afectivos que nos protejan y, a la vez, nos permitan explorar por nosotros mismos. Un poco de vergüenza en la prueba de una maduración biológica y de un buen desarrollo de las aptitudes relacionales. Un exceso de vergüenza revela una sensibilidad exagerada cercana al temor, una tendencia a despersonalizarse para dejar sitio al otro. Del mismo modo, la ausencia de vergüenza puede demostrar incapacidad para representarse el mundo de los demás.
Esa sensibilidad exagerada se resuelva en muchos casos aprendiendo a desconectarnos o aislarnos emocionalmente para no sufrir. Pero entonces perdemos toda referencia sobre nuestros procesos internos, dudamos y desconfiamos de ellos. La consecuencia es que otorgamos a los demás un poder incalculable, mientras nos avergonzamos de todo lo que sentimos por considerarlo inadecuado o degradante.
La vergüenza no sirve para nada, pero crea un escenario interior de moralidad y muchas veces de culpa. Se convierte así en un arma que el avergonzado entrega a quien le mira. Por eso no nos queda otra solución que confiar en nuestra propia mirada. En aceptar la vulnerabilidad como parte del proceso de aprender a ser. Sin silenciarla. Sin esconderla. Expresándola adecuadamente. ¿Acaso existe alguien que nunca en su vida se haya senito vulnerable?

"NUESTRO CARÁCTER NOS HACE METERNOS EN PROBLEMAS, PERO ES NUESTRO ORGULLO EL QUE NOS MANTIENE EN ELLOS"



Entre experiencia y la expectativa, el poder del presente nos lleva a la acción. Pero cuando éste decae por cansancio, por distracción o por debilidad, el impulso del pasado, del hábito, viene en nuestra ayuda. Inscrito en la corporalidad, el cuerpo hace lo que la conciencia pierde. Esa maravillosa memoria corporal, presente en las habilidades, de todo tipo, se adelanta al proyecto consciente allanándole el camino.
Todos los esfuerzos se consagran al éxito que permita recomponer una imagen victoriosa de uno mismo, enmascarando las derrotas silenciosas, los sueños inalcanzables y el desgarro de no sentirse válido antes los demás. Puede suceder, incluso, que cuanto mayor sea la desgracia, más gloriosa sea la victoria. El éxito puede ser, a veces, el beneficio secundario de un sufrimiento oculto. El combate compensatorio contra la vergüenza es una legítima defensa. El sentimiento de vergüenza o de orgullo se asienta en un diálogo agotador: Morir por decir o sufrir porno decir. Mientras se resuelve el dilema, el avergonzado atiende tanto en lo que el otro piensa, se pone a veces tanto en su piel, que lo que podría ser una plausible estrategia ética acaba por convertirse en vulnerabilizante. La plasticidad de este sentimiento depende de la influencia que se conceda al otro. Es otorgarle un poder mudo. Tememos morir de vergüenza si descubren quiénes somos en realidad, cuando dicha identidad se sustenta en la baja autoestima, en un yo idealizado o en la creencia de que somos de una sola pieza.
¿Por qué temo decir quién soy?
El problema empieza cuando sufrimos por la imagen desgarrada que exponemos a nuestra propia mirada.

¿Cuántos agradecimientos hemos dejado en el camino?



Sólo quienes están cansados y rechazan el pasado sin asumirlo son ciegos para ver las virtudes de la rutina, de la costumbre; ciegos para no captar su fuerza de integración, el impulso erótico que la cruza.


Para mostrar al otro nuestra gratitud, los pequeños detalles son mucho más eficaces que las palabras, y mucho más indicados para transmitir nuestro sentimiento. El reto es: ¿cómo podemos hacer sentir al otro que le estamos agradecidos de verdad? ¿Cómo podemos mostrarle que ocupa un pequeño espacio en nuestro corazón y en nuestro pensamiento?Es imprescindible pensar en gestos que, conectados con aquello que hemos recibido, lleguen al otro. A mi alrededor he podido vivir algunos que han tenido o tuvieron en su día un potente efecto:– Un amigo ayudó a su hermana a conseguir una entrevista que le proporcionó un buen empleo. El primer correo que su hermana envió desde su nuevo puesto –y, por tanto, con la firma de la empresa– fue para él. Y ese mensaje no contenía la palabra gracias.– Mi padre ayudó a un amigo pescador en la reparación de su barca. Cuando llegó a casa se encontró encima del mármol de la cocina un precioso y recién pescado mero.– A un buen amigo le regalamos entre un grupo un reloj de montañismo. Recibimos cada uno de nosotros una fotografía de nuestro amigo en el Monte Perdido, con su muñeca (y el reloj) situados en un desproporcionado primer plano.Recibir el agradecimiento por algo que hemos hecho es sin duda agradable, y es bueno que lo disfrutemos. Pero no debemos necesariamente contar con ello, y sobre todo no debemos depender de ello.Si dependemos de los agradecimientos de los demás, nos exponemos a constantes frustraciones. Dijo Dale Carnegie: “Esperar gratitud de la gente es desconocer la naturaleza humana”. Yo no iría en absoluto tan lejos, pues creo que la gente, en esencia, es agradecida. Pero sí es cierto que no todos lo son, y que quienes lo son no lo son siempre.Hay gente que hace favores a los demás para que le den las gracias. Es su alimento emocional, lo que le llena y le da energía. Y, claro, cuando no lo reciben se indignan: ¿cómo puede ser que no me den las gracias?Estos comportamientos son un claro signo de dependencia: aquellos que actúan así necesitan y dependen del agradecimiento de los demás, cosa que inevitablemente les acarreará problemas. Deberíamos preguntarnos: ¿por qué hacemos un favor?, ¿porque así lo sentimos y está en nuestra forma de ser, o porque esperamos con ello obtener el reconocimiento de los otros?Si lo hacemos por convicción, no debemos esperar la gratitud del otro. Si llega, la recibiremos con ilusión. Si no la hay, nos reconfortará la sensación de que hemos hecho exactamente lo que queríamos hacer, porque no esperábamos nada por ello.Hay en la Red una discusión abierta acerca de la conveniencia o no de responder a los mensajes con un nuevo mensaje de “gracias”. Las estadísticas son contundentes e inapelables: se generan billones de correos electrónicos y SMS adicionales, se pierden miles de horas laborales abriendo y gestionando estos correos, y se colapsan bandejas de entrada del correo personal y hasta servidores. Todo ello es cierto a nivel global, pero no menos cierto es que a nivel individual cada mensaje de gratitud es, si está bien expresado, no solo necesario, sino extremadamente valioso para mantener las relaciones.Lo siento por mis amigos, conocidos y contactos, puesto que seguirán recibiendo mis correos de gracias. Los haré escuetos, lo prometo. Lo pondré bien claro en la casilla de “asunto” para que no haya dudas… y me los trabajaré para que incorporen de verdad pinceladas de agradecimiento. Pero los enviaré, y les animo, a pesar de todo, a hacer lo mismo. Porque las estadísticas son fríos datos, y las emociones no conocen de razones.

ACEPTAR NUESTRA VULNERABILIDAD ES LUGAR DE TRATAR DE OCULTARLA ES LA MEJOR MANERA DE ADAPTARSE A LA REALIDAD




La vergüenza no sirve para nada.
Acorazada en nuestro interior, la vergüenza esconde nuestras fragilidades. El miedo a la mirada del otro nos somete a un duro silencio no escogido que nos limita y coarta.

Las palabras de la vergüenza son difíciles de decir porque tememos la reacción del otro, ya sea por un sí o por un no. Uno nunca está solo en la vergüenza, porque siempre sufre por la idea que se harán de él bajo la mirada del otro. Un escenario humillante desencadena una rabia muda, una desesperación o un embrutecimiento traumático. La vergüenza, entonces, la origina el hecho de creer que el otro tiene una opinión degradante. No obstante, no es eso lo peor. La revelación de un secreto oculto más bien tiende a liberarnos de su esclavitud. En cambio, nos adentra en la vulnerabilidad. Entre la confesión y la respuesta del otro quedamos en paños menores, y justamente es eso lo que pretendemos esconder. No nos gusta mostrarnos frágiles, perdidos, confusos o sin razón alguna. Eso es lo que nos avergüenza.
También nos avergüenza arrastrar a los demás hacia nuestro sufrimiento ¿Con qué derecho atraemos hacia nuestra aflicción a nuestros allegados? Preferimos callar, sin darnos cuenta que de este modo enturbiamos aún más la relación, introducimos en ella una sombra que se instala entre el tú y el yo. Compartir las alegrías es una cosa, pero, ¿quién querrá unirse a nuestras vergüenzas? Hay tantas cosas que suponemos que no se pueden o deben explicar, que preferimos el ocultamiento para no ser despreciados y para protegernos a nosotros mismos preservando la imagen que nos parece más adecuada.
Uno se adapta a la vergüenza mediante comportamientos de evitación, de ocultación o de retirada que alteran la relación. No se libra uno de la culpabilidad o de la vergüenza, sino que se adapta a ella para sufrir menos. Puede ocurrir, sin embargo, que la vergüenza pueda transformarse en su contrario. En orgullo y arrogancia, También, a veces, en indiferencia o en cinismo. El sujeto rebajado se torna orgulloso de su rebelión: obesos que exhiben su adiposidad cantando en un coro de gordos, o calvos que incitan a reírse de su calvicie y homosexuales que organizan un exuberante desfile al que etiquetan, precisamente, como “orgullo gay”.


Xavier Guix

SOLO UN EXCESO ES RECOMENDABLE EN EL MUNDO: EL EXCESO DE GRATITUD


Más allá de dar las gracias

No es lo mismo dar las gracias que agradecer. Buscar el gesto que llegue al otro y no esperar nada por nuestra acción es el camino para hacerlo de forma sincera.

FERRÁN RAMON-CORTÉS

Hace un tiempo quise hacer un buen regalo a un apreciado amigo y maestro. No era tarea fácil, puesto que es una persona de gustos especiales, y yo no quería caer en el tópico de buscar algo de recurso. Busqué y busqué, hasta que lo encontré.“Cada mensaje de gratitud es no solo necesario, sino extremadamente valioso para mantener las relaciones”Quedamos para cenar, y en la sobremesa le di mi regalo. Lo recibió con una gran sonrisa y se le iluminaron los ojos. Pero no me dijo nada. Pasamos una entrañable velada y cuando se fue me quedé con un cierto desconcierto, pues lo cierto es que en ningún momento me había dado las gracias. Ni al recibirlo ni al marchar.Al cabo de unas semanas me llegó una invitación para un acto en la Universidad en el que él participaba. Como no podía ser de otro modo, acudí, me senté en la penúltima fila y de repente lo vi aparecer, elegantemente vestido con el jersey que le había regalado. Me buscó con la mirada y, señalándolo, pude leer en sus labios cómo me decía “me traerá suerte”. Entendí en aquel momento que estaba haciendo algo mucho más importante que darme las gracias. Me estaba haciendo sentir todo su agradecimiento.Dicen las estadísticas que cada día damos las gracias más de veinte veces. Las damos cara a cara, por teléfono, por correo electrónico, con SMS… Muchas veces lo hacemos de forma automática, sin casi darnos cuenta. La pregunta es: ¿cuántas de estas veces somos capaces de mostrar de verdad gratitud?empezar a agradecer

¿TE SIENTES ESCUCHADA?



Uno tiene que pagar por la inmortalidad
y tiene que morir varias veces
mientras sigue vivo
Nietzsche
¿ALGUIEN TE ESCUCHA?
Escuchar es el lado oculto del lenguaje.En los procesos de escucha la forma de generar una interpretación que sea coherente es un tanto delicado.Tomamos de FREUD la existencia de otra entidad en el proceso de escucha, el inconsciente. Así podemos afirmar que las intenciones inconscientes son aquellas que, supuestamente, residen en el segundo cerebro y logran ser "descubiertas" por el coach. Partimos en nuestra cultura que si existe una acción es que alguien la hizo. Así, entendemos, que un trueno alguien lo hizo aunque el sujeto sea invisible o divino. Destacamos que podemos separar la acción del YO, en todo proceso, dado que es interesante observar que una de las fortalezas del pensamiento científico es que, desde sus comienzos, se liberó del supuesto de que hay una persona creando los fenómenos. En un proceso de coaching que, debe tratar el "ser" y no el "hacer", realizamos un cambio de observador transportando la existencia del coachee de un universo del YO hacia un escenario sistémico del proceso donde él es el protagonista.
Fuente: R.Echeverria